En memoria de don Samuel Ruiz
El lunes 24 de enero del 2011 la secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton visitó México para trabajar primero, con su homónima mexicana Patricia Espinoza en Guanajuato y posteriormente con Felipe Calderón en Los Pinos. Se rumora que vino por el asunto de Wikileaks, para limar asperezas como lo han hecho en otros países, pero por sus declaraciones resulta obvio que viene a dictar línea, supervisar y apoyar las acciones de Calderón en su “lucha” contra el narcotráfico. Veamos:
“Quien gane en 2012 debe seguir la lucha antinarco…” (El Universal) “Hillary: confiamos en el ejército mexicano” (Excelsior) “Vamos bien en la lucha antinarco…” (La Jornada) “Anuncia Hillary 500 millones para combatir el narco” (El Sol de México) en todas las notas se destaca que la estrategia calderoniana “es la única alternativa”, que “es la única salida”. Grave error de la diplomacia estadounidense (o tal vez problemas de arrogancia) respaldar una lucha antidemocrática, impopular, con decenas de miles de asesinatos, un amplio shock social de miedo y una secuela de destrucción y pérdida económica enorme que tiene como propósito evitar que la droga llegue a ese país norteamericano.
Es por demás evidente la enorme diferencia del tratamiento a la lucha contra el narcotráfico en ambos países, sobre todo siendo un problema binacional donde México funge como el último exportador al mercado más grande del mundo de viciosos y adictos (Estados Unidos) un país además con serios problemas mentales, de violencia, racismo, exclusión social, mala economía y por si fuera poco, con una creciente antipatía en el mundo (gracias Wikileaks). Mientras México pone los muertos y pide ayuda a Washington, Estados Unidos legaliza la marihuana en algunos estados, vende sin restricción las armas a sus clientes narcos y continúa a la alza el uso de drogas en su población.
La “falta de tacto” de la diplomacia estadounidense, por decirlo amablemente, ignora que en estos días se conmemora la matanza de estudiantes adolescentes de Villas de Salvárcar en Ciudad Juárez, víctimas “colaterales” de la guerra contra el narco; que la familia de Sergio Adrián Hernández, otro adolescente asesinado, pero esta vez por un agente de la Border Patrol (Patrulla Fronteriza) también en Ciudad Juárez, interpusieron una demanda contra dicha institución en El Paso, Texas y que, tanto el ejército mexicano como Calderón están perdiendo rápidamente credibilidad ante la sociedad mexicana por las graves violaciones a los derechos humanos.
El legendario intervencionismo estadounidense busca enraizarse en el control político-económico de México para favorecerse de los recursos naturales como el petróleo y de las esenciales drogas sin las cuales no funcionaría su sociedad, además de asegurarse una amplia frontera de influencia hacia el sur de América en respuesta a la avanzada hacia la izquierda de la mayoría de países sudamericanos. En esa perspectiva el gobierno de Calderón sirve de parapeto distractor y permite la aplicación geoestratégica de Washington en México, donde ha hecho gala de agencias como el FBI, la DEA, la CIA y hasta la Border Patrol como centros de inteligencia, de paso haciendo trizas la autonomía y soberanía mexicana, quien se comporta más como un país satélite o colonizado. Por lo visto la división de la sociedad mexicana de forma violenta y el caos político está entre sus planes.
Esta ficticia “guerra contra las drogas” inaugurada por Calderón para legitimar su llegada fraudulenta al poder es el evento más esperado por Estados Unidos para por fin penetrar de manera más directa en los asuntos del país, intento infructuoso por años, cuando el Estado mexicano se comportaba como tal. Hoy la realidad apunta hacia desconocidos planes de mediano y largo plazo estadounidense ante un nuevo siglo que propone la desconcentración del poder geopolítico en una sola nación, donde México ocupa el honroso “patio trasero” de la potencia en apuros.
Las declaraciones de Hillary Clinton vienen a enlodar más la crítica situación de violencia en el país. Sin esperanza vemos como ambos gobiernos se comportan con natural indiferencia ante la carnicería de civiles sin mostrar rasgos de arrepentimiento o deferencia con la sociedad mexicana, verdadera mártir de este suplicio, mientras la sociedad nortemaericana se apura a comprar pistolas Glock semiautomáticas antes de que las prohíban por el atentado de la congresista Gabrielle Giffords en Arizona, donde murieron seis personas. Esta cultura de las armas, de la muerte, de la ilegalidad y penalización de las drogas nos está llevando directo a más masacres.
Lo que sí nos deben tanto Hillary como Calderón y sus respectivos gobiernos que representan, por lo menos es una disculpa al pueblo de México por los excesos cometidos (aunque el caso de Calderón amerita un juicio político) y un cambio radical en la estrategia antinarco. Pero esto no lo vamos a ver porque ni es una “guerra” contra el narco ni Estados Unidos está dispuesto a cambiar sus hábitos de adicción al poder, a las armas, a las drogas y a las guerras. Pobre México, tan lejos de sus gobernantes y tan cercas de Estados Unidos.
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