La entrada al tercer milenio y siglo XXI nos permite observar con mayor claridad la nueva geopolítica del poder mundial donde Estados Unidos sigue siendo la gran potencia y representante imperial de un neoliberalismo globalizado y unipolar, pero donde están surgiendo o consolidándose nuevos poderes macro regionales como la Unión Europea o el BRIC, cuyos miembros (Brasil, Rusia, India y China) en sí mismos son naciones con mucho potencial en desarrollo.
La hegemonía estadounidense está seriamente amenazada. Tanto por el liderazgo de estos países, pero también y muy destacable, por la mala dirección de su economía interna, de impacto internacional y no menos importante, por el desgaste y fracaso de sus últimas intervenciones bélicas en Irak y Afganistán. Además el prestigio internacional de Washington prosigue a la baja desde la invasión a Irak, la exposición de los cables desclasificados de Wikileaks y lo que publique la prensa sobre sus frecuentes abusos militares en el mundo o sobre sus nuevas leyes xenofóbicas y racistas contra las y los trabajadores ilegales.
Si Estados Unidos no ha dejado de ser la superpotencia que es, se debe a su gran poderío bélico; es el país más y mejor armado del mundo y probablemente de todas las épocas. Esta peligrosa característica, además de su política intervencionista y autoproclamada de “policía mundial” los ha hecho protagonistas de infinidad de invasiones, atentados, bombardeos, conspiraciones o golpes de Estado en un sinnúmero de países durante todo el siglo XX, tradición que procuran seguir (con mucho esfuerzo) en este siglo. Su ideología y hambre de poder los hace una nación ensimismada y depredadora en perjuicio del mundo.
El intervencionismo estadounidense no sólo es bélico o económico, también descansa en la superestructura de la educación, el cine, la televisión, los deportes o el espectáculo, vías de aculturación (enajenación) de masas exportable que se combina con otros recursos de maquillaje como fundaciones, ONG´s, donativos, certificaciones, misiones religiosas, becas, etcétera, para formar la cara amable del imperio. Pero no hay que confundirse: lo anterior está pensado para facilitar la dominación estadounidense de manera más sutil, no para cambiar o mejorar la situación del mundo, sino para garantizar los intereses del imperio.
Para mantener en funcionamiento la enorme economía y sociedad estadounidense hace falta también una enorme cantidad de recursos y energía. El petróleo, la mano de obra barata (indocumentada, of course) las drogas (lícitas e ilícitas) las materias primas venidas de todas partes para el desarrollo de tecnología de punta o nuevos energéticos como el etanol, son de los ejemplos más destacables. Para lograr mantener en flujo constante lo anterior, Washington se reserva el derecho de hacerlo de manera “colaborativa”, como el Tratado de Libre Comercio con México y Canadá, o bien con acciones bélicas, como su actual aventura en Libia. No es fácil ser una superpotencia.
Desde finales del siglo pasado el discurso político de Washington ha creado o refinado conceptos acorde a sus necesidades y conveniencia: terrorismo, Estado fallido, guerra preventiva, etcétera. De ellas se ha valido para justificar acciones y descalificaciones hacia naciones o personajes que obstaculicen sus intereses, como la “guerra” contra el narcotráfico en México o la persecución de Julian Asange, creador de Wikileaks. Tales discursos se usan a discreción y ser aliado de Washington no significa en ningún momento que no se vuelvan en su contra.
El discurso del terrorismo ha sido de gran utilidad para el imperio. Bajo este concepto y ante la ausencia de otra superpotencia que le haga contrapeso, la palabra se ha convertido en el gran aliado gringo, como peligro para quien se le adjudica tal reconocimiento. Este concepto ampliado y ambiguo a la vez en la actualidad, permite a los gringos ubicar e imaginar nuevos enemigos para el pueblo estadounidense y el mundo: Osama Bin Laden, Al Qaeda, Irán, Libia y últimamente los cárteles del narcotráfico. De seguir así las cosas, no tardan en declarar como terroristas a las y los migrantes indocumentados en su país. ¡Cuidado de ser señalado como terrorista!
La vecindad con el imperio tampoco es garantía de una relación segura y pacífica. Por más que digan lo contrario, la violencia en la frontera entre México y Estados Unidos está plagada de atentados provenientes de la ribera norte del Bravo hacia mexicanos(as). El aumento generalizado de un discurso hostil hacia este país, so pretexto de la seguridad nacional estadounidense por causa del narco y el tráfico humano, es a la postre una amenaza para la seguridad de México y no como se quiere dar a entender. El imperio enseña sus garras en momentos de debilidad de su hegemonía mundial.
Como imperio, Estados Unidos se comporta al viejo estilo romano: como una plutocracia hacia dentro y con uso de la fuerza indiscriminada hacia el exterior. Funciona como una democracia en cuanto a legitimar su régimen a través de elecciones, pero en el fondo es una sociedad manejada y dirigida por una élite empresarial y militar. La enajenación de su sociedad es posible por que aplican la misma superestructura que exportan al mundo anteriormente señalada. Pero si la economía doméstica no mejora en el corto plazo, la gran potencia podría estar experimentando su propia caída, quién lo dijera, desde dentro y no a causa de alguno de los enemigos externos por ellos creado.