jueves, 12 de abril de 2012

El derecho al voto nulo


y la anulación de las elecciones



Las elecciones, para quienes no han descubierto la alternativa de unidad
en torno a la organización, sienten que es el único camino.
Ignacio del Valle

Tan sólo la cantidad de sangre derramada sería pretexto suficiente para sabotear cualquier intento de legitimar el poder político, como las tradicionales elecciones, confundidas erróneamente con la democracia. Sin embargo, cual rigorosa ceremonia, el requisito mínimo de la democracia burguesa, lo electoral, se mantiene como el único camino de participación democrática; algo así como un “día de las madres” sexenal; una feria, una rifa donde se apuesta, no importa el resultado, a la continuidad.

Jugar al voto nulo es un derecho, pero sigue siendo un juego dentro de lo electoral; simplemente se aprovecha el momento de promoverlo. Es una protesta legítima, por que no entra en la lógica partidista de sumas y restas, razón por la cual se le descalifica: no es pragmática. En lo político, el movimiento parece más abierto, su convocatoria atrae a personas de distintas formas de pensar y es muy conocido en el internet. Razones hay muchas para las y los anulistas de dejar en blanco, escribir una leyenda o garabato, pero es posible notar un molestar general hacia la política, el gobierno, los partidos, las y los candidatos, el sistema. La boleta adquiere el nivel de lo sagrado, un fetiche que representa efectivamente un poder: el voto, MI VOTO. Es algo complejo entenderlo pero es una acción que divide, partidiza.

Desde un punto de vista político no electoral, la anulación del voto y mejor aún, la anulación de las elecciones desde la sociedad, sería una opción para obligar a hacer política de otra manera. ¿Qué pasaría si hubiera un empate técnico entre los tres candidatos(as)?; ¿Podríamos vivir uno o dos años sin presidente mientras arreglaran sus diferencias? Hasta más, pero, si eso sucediera, ¿Para qué tener gobernantes, entonces? Es cosa seria; mantener una clase política como la mexicana, resulta muy cara y peligroso. Faltan elementos para hacer rotar el poder y éste no se concentre. El poder político debe circular y mutar, en su actual forma no nos sirve de mucho.

Actualmente existe un monopolio partidista del gobierno y el Estado. La democracia no es ciudadana.

El movimiento de las y los anulistas, sin proponérselo, aglutina a personas decepcionadas con el sistema electoral y con el desempeño de las y los políticos ganadores independientemente de sus ideologías y eso es lo que no se alcanza a comprender: no se trata de partidos, candidatos o campañas, sino de todo el aparato en sí; hay un hartazgo real y total.

No hay garantías de que se cumplan las promesas de campaña, como tampoco de que el poder ciegue a quien lo asuma como presidente de la república y mucho menos para evitar los malos elementos y mañas de quienes acompañarán al nuevo presidente(a) en el gabinete. A estas alturas se sabe además que la o el presidente no gobiernan solos: están las cámaras y los poderes fácticos legales, como los empresariales, principalmente las televisoras; o los ilegales, prácticamente relacionados con el narcotráfico (hoy más fuerte que nunca) y aunque no se quiera reconocer, existe además la presión e influencia de Washington, cada vez más inmiscuido en la vida política nacional.
Parafraseando a Octavio Rodríguez Araujo y John Ackerman, “con un voto se gana la elección” de acuerdo a las reglas del sistema electoral vigente, lo cual, según ellos, nulifica la intención del voto nulo. Ahí es donde está precisamente el error: el sistema mismo impera negativamente a través del los poderes fácticos para posicionar sus intereses por encima del resto (incluyendo el IFE). En otras palabras, la elección ya está hecha (ya hay un ganador) convocar a elecciones sólo es una pantalla para hacerlo legal. Así estuviera Jesucristo concursando como candidato, si la decisión está hecha, no gana.

En la democracia electoral se compite para ganar, pero no para gobernar. Eso mismo hace que la gente participe menos, pues no quiere ser parte del engaño de un concurso donde apenas es algo más que un participante pasivo, casi un observador(a) por que luego no ve los resultados. Los partidos y las y los políticos profesionales, promocionan desde siempre la desmotivación a votar para facilitar el voto duro, controlado y manipulado.

El abstencionismo, donde se incluye el voto nulo, estaría poniendo en jaque no sólo el sistema de elecciones, sino todo el sistema político; es necesario. No se puede seguir jugando a la lotería a ver si la o el próximo gobernante sale mejor que el anterior, es ridículo. Más congruente que celebrar elecciones, habría que hacer un juicio político a las y los gobernantes, pero no hay la suficiente “ciudadanía” (consciencia) para llevarlo a cabo. Mientras tanto el abstencionismo se encamina a ser el medio para anular las elecciones, los gobernantes no representan al pueblo.