martes, 21 de diciembre de 2010

¿Cómo tomar la liberación de Diego?


Diego Fernández de Ceballos, “El jefe Diego” fue liberado después de siete meses de cautiverio en los que se especularon y se siguen especulando muchas cosas, sobre todo opiniones encontradas (a favor y en contra) de su muerte, liberación, forma de ser, forma de actuar, etcétera. En este país de desconfiados(as) ya nada nos sorprende, sólo nos contenta expresar nuestras dudas, tristezas, enojos o alegrías (aunque estas últimas resultan ser las mínimas).

Fernández de Ceballos sin duda alguna es un político polémico, indispensable en la historia reciente de México para comprender muchas cuestiones políticas y por lo tanto, con muchos y poderosos aliados, así como también muchos enemigos, por lo mismo muchos celebran su liberación mientras otros tantos expresan su malestar y desencanto. Otra vez el país surrealista llamado México se entretiene en la novela mediática en la que suelen caer los acontecimientos importantes tan llenos de versiones oficiales y populares.

Su Amigo Fauzi Hamdan, abogado panista y rector de la Escuela Libre de Derecho, desde un inicio comentaba sobre la desaparición de Diego como un secuestro obra de un “grupo de gran poderío”, según entrevista con Carmen Aristegui, por tal razón se pensó en una acción guerrillera, que luego apuntarían los medios hacia el Ejército Popular de Liberación (EPR) activo en la zona donde fue secuestrado Fernández de Ceballos, en el estado de Querétaro. Finalmente los otrora misteriosos “desaparecedores” se sabe ya, se hacen llamar Red por la transformación global y en su primer comunicado dejan muy claro la razón del secuestro de Diego: como un ejemplo de venganza popular hacia la clase política-empresarial, particularmente hacia quienes ellos consideran han engañado y robado a la sociedad mexicana.

¿Y cómo no relacionar a Diego con lo peor de esa clase política-empresarial? Este señor es pieza clave en el fraude electoral de 1988; sospechosa su cercanía con Carlos Salinas de Gortari y cómo no, sus no menos graves litigios en contra de grupos vulnerables, o si se quiere ver de otra manera, a favor de poderosos empresarios. La arrogancia de su personalidad, su lenguaje despectivo hacia los pobres y mujeres, su riqueza ¿lícita?, su influencia en el PAN, todo lo señala como un “hombre del sistema”. Quienes perpetraron su secuestro sabían muy bien el impacto que iban a lograr con su acción.

Se especula que su secuestro fue una simulación, que la Red no existe, que se busca hacerlo “héroe” para lanzarlo como candidato presidencial del PAN hacia el 2012 y muchas cosas más. Lo cierto es que la clase política está muy contenta, comenzando con Felipe Calderón, pero quién sabe si en el fondo no se sientan amenazados por quienes consideran una clase (o raza) inferior: el pueblo de México. Cierto que habrá un antes y un después del secuestro de Diego, pero en realidad no sabemos las reacciones que pueda generar en la clase política a raíz de ello.

Muy mal se van a ver las “autoridades” si encuentran a las y los secuestradores de manera rápida y aplican todo el peso de la ley, o peor aun, como acostumbran con los narcos, intentan asesinarlos a todos(as), pues eso no hará más que hacer más gruesas las diferencias de clase y dejará un malestar mayúsculo en los estratos más desprotegidos. Bien sabemos que la justicia no baja hacia los sectores menos pudientes, como bien se puede comprobar en el caso de Marisela Escobedo, asesinada frente a palacio de gobierno en Chihuahua por exigir justicia, tan sólo unos días antes de la liberación de Diego. Como quiera que sea, es una apuesta que la clase política y sobre todo Calderón, no pueden ganar: apuntarían hacia una derrota moral.

El Diego que aparece hoy ante los medios de comunicación, mesurado en su hablar y agradecido con su fe, no se ve muy distinto, salvo por la barba, al egocéntrico Diego de antes, petulante, dueño de sí. ¿Habrá reflexionado sobre su actuar, su vida y su muerte durante el tiempo que duró en cautiverio?, ¿volverá a ser el mismo, cambiará?, ¿enfrentará algún día a la justicia por el daño que hecho a la nación? Sólo el tiempo lo dirà.

¿Quién mató a Marisela Escobedo?


Marisela Escobedo fue asesinada el jueves 16 de diciembre en el corazón de Chihuahua luego de varios días de plantón frente a las oficinas de gobierno para exigir justicia para Rubí, su hija adolescente asesinada hace un par de años. Desairada por el gobernador, ignorada por el sistema de justicia, sola ante el mundo, su muerte, pero sobre todo su valentía y coraje ante la adversidad, nos envía un mensaje muy claro a la ciudadanía: en el Chihuahua y México de hoy no hay justicia sino vacío de poder.

El caso de Marisela Escobedo es diametralmente opuesto al de Isabel Miranda de Wallace. Las dos se movieron para esclarecer y exigir justicia para sus respectivos hija e hijo asesinados, de acuerdo a sus posibilidades físicas y económicas ante la mediocridad y corrupción de la justicia en México, pero mientras la señora Wallace por sus propios medios localizó a los secuestradores y asesinos de su hijo, la señora Escobedo, de recursos económicos más limitados haciendo lo mismo que la señora Wallace, sucumbió primero ante el ineficaz sistema de justicia chihuahuense y ahora, para vergüenza de las y los ciudadanos chihuahuenses (porque no creo que la tengan las “autoridades”) es asesinada en las puertas de palacio de gobierno en la capital del estado.

Es triste tener que contar este tipo de noticias previo a la navidad o en cualquier época, pero es más triste aún quedarse callado o peor todavía contentarse con la verdad desvirtuada de las respuestas oficialistas y discursos vacíos de los políticos y gobernantes. El estado de Chihuahua y particularmente Ciudad Juárez, son célebres por sus feminicidios, ese ultraje machista devastador contra las mujeres que es sinónimo de impunidad, complicidad y cinismo del gobierno, que sigue permitiendo primero el feminicidio y ahora el avance del genocidio sin distinción de sexo, edad, clase, etcétera (salvo la “clase” política, que vive tan campante rodeada de guaruras).

La muerte de Marisela cala hondo por varias razones: por sus agallas pese haber sido amenazada de muerte; por evidenciar la poca voluntad política para ayudarla y protegerla; por demostrar, como otras mujeres ilustres, lo que puede hacer una madre desgarrada ante la injusticia; porque demuestra la saludable misoginia vigente en los gobiernos federal, estatal y municipal, como se puede constatar en la falta de respuesta del caso “Campo algodonero”; y para no alargar más la lista, porque su crimen constata el verdadero estado de indefensión de la sociedad chihuahuense, especialmente de quienes como Marisela, por necesidad se han convertido en activistas.

El gobierno nos dice a la sociedad que no los veamos como enemigos, pero entonces su “amistad” nos resulta muy cara y peligrosa, así provengan del PRI, del PAN o cualquier otro partido. Más bien lo que nos dicen con sus actitudes despóticas es que no les molestemos en sus tranzas; que sigamos sumisos como siempre; que colaboremos para dar una imagen de felicidad ante el mundo aunque nos estén matando como bestias. Señores y señoras políticos, entiéndalo de una vez, no se hagan tontos(as): el distanciamiento entre gobierno y sociedad no proviene de la sociedad sino de ustedes, que lo promocionan día a día con sus acciones o la ausencia de ellas.

¿Quién mató a Marisela Escobedo?, ¿quién mató a Paullette?, ¿quién mató a las y los niños de la guardería ABC de Sonora?, ¿quién a las empleadas de la tienda Coppel de Sinaloa?, ¿a las y los migrantes centroamericanos?, ¿a los 30,000 del sexenio calderonista?

¿Dónde está la justicia?