martes, 10 de septiembre de 2013

El suicidio o la vida





La vida no vale nada

José Alfredo Jiménez


La Organización Mundial de la Salud (OMS) celebra el 10 de septiembre como el Día Mundial para la Prevención del Suicidio. Según la OMS 3000 personas se suicidan diariamente y por cada suicidio, hay 20 intentos. Es una de las tres principales causas mundiales de muerte en personas de 15 a 44 años.


¿Por qué valoramos la vida?, ¿por qué se condena el suicidio? Pocos temas causan tanta polémica como este, pero su complejidad es tan grande como su historia. ¿Cuándo vale la pena vivir y cuándo no? Aunque no es un fenómeno exclusivo el humano, a nuestra especie nos cuesta mucho trabajo aceptarlo.

El acto de quitarse la vida es hipócritamente condenado por moralistas religiosos incapaces de criticar la corrupción y la inhumanidad hacia dentro de sus sociedades: preferible tener un vivo infeliz, que un suicida consumado. Sociológicamente hay un sinfín de razones para quitarse la vida; Durkheim, el sociólogo francés, ya escribió de ello hace poco más de un siglo, hacia 1897. Pero aún en pleno tercer milenio, en la actual civilización global que se jacta de inteligente, el suicidio sigue siendo una de las principales causas de muerte a nivel mundial.

Como en el caso del aborto o el consumo de drogas, al futuro suicida la sociedad le quiere impedir hacer uso de su propia voluntad a través de la coacción de sus instituciones por considerarlo un acto anómico. Dentro de sus muchas causas, se puede suicidar por honor, por una causa política, por enfermedad o por egoísmo, el más criticado de todos. Este último tal vez sea el más frecuente, pues se relaciona con problemas individuales casi siempre vinculados con el entorno de la persona: problemas económicos, decepciones amorosas, soledad…lo cierto es que a la fecha, no se quiere comprender el acto suicida, sólo rechazarlo.

El miedo a la muerte y al sufrimiento, el primero desconocido, mas no el segundo, son los dos ejes confrontados antitéticamente alrededor de la llamada vida. Subjetivos los dos y por ello terriblemente presentes los dos, el Tánatos gira también en la mente, en equilibrio con el Eros. La vida para muchos, tal vez la mayoría, es el máximo valor posible, aunque sus vidas no hagan honor al respecto. Todos y todas en algún momento hemos fantaseado o deseado morir ante algún hecho bochornoso, miserable o doloroso experimentado. Las crisis son momentos ideales para la aventura suicida.

Una vez un conocido, al leer sobre el suicidio de una niña de trece años, comentaba que cada suicida era un fracaso para la sociedad y en parte es cierto eso. Matamos por placer, por envidia y por lucro, pero eso no es tan señalado por que es condenable y punible, cosa imposible con el suicidio. No es que el/la suicida arda en deseos de matarse; es que la sociedad es inmune, insensible a esta catarsis por que está metida en el juego de la competencia patriarcal con sus innumerables violencias: capitalismo, imperialismo, guerras, persecuciones y perjuicios son el contenido de diarios y noticieros, de la realidad humana desde hace miles de años.

Volviendo a Durkheim, es en las sociedades individualistas donde se presentan con mayor frecuencia los intentos suicidas y la actual sociedad globalizada tiende a ser individualista y por ende, suicida. Las religiones solían ser refugio y consuelo de las/los desamparados, pero hoy las mismas iglesias están en crisis, los gobiernos sólo responden a sus juegos de poder y los poderosos, a mantener sus privilegios. Tu vida vale si vales algo: posición económica, prestigio, genio, etcétera, sino, eres desechable. La actual crisis económica mundial es un vil ejemplo de esto. Aún así, las/los famosos y poderosos no son inmunes a quitarse la vida.

El vacío existencial, fruto de la actual forma de vida egoísta, es raíz de ansiedades y depresiones, pues la “movilidad social” competitiva no hace sino acomodarse a la pirámide de jerarquías que mueven al mundo: puedes tener riqueza o belleza, pero no ser feliz; puedes intentar acumular títulos, premios o conquistas, pero a cambio de qué. El sistema está hecho para hacerte infeliz, incompleto, insatisfecho y además, millones de gentes detrás de ti anhelan lo mismo y sufren lo mismo. La frustración está detrás de cada desempleado, la humillación detrás de cada derrotado, la desesperación detrás de cada persona ignorada, invisibilizada.

El futuro, esa capacidad humana de imaginarse o prever lo que todavía no sucede o va a suceder, es sin duda clave en el tema. Cuando el presente resulta insoportable y la esperanza (otra forma de percibir el futuro) se esfuma, estamos ante la posibilidad del suicidio. La vida vale por que le damos valor, por que así nos han enseñado y por que tememos a la muerte y lo desconocido. El suicidio no es un acto de valentía o cobardía, como dice la gente estúpida e ignorante; es un efecto de la cultura y situación particular de cada sociedad o individuo.