Abstencionismo electoral
2018
Carlos Murillo González
Política es una palabra con mala reputación en
México. Motivos hay de sobra para considerar el ejercicio de la misma como una
desgracia ineludible, inevitable. Corrupción, despotismo, autoritarismo,
engaño, son sólo algunas de las calamidades observables y, en las contiendas
electorales, una de las formas de mostrar molestia e inconformidad al respecto,
es dejando de votar.
La falsa democracia que se ofrece a través del concurso electoral no puede simularse
pretendiendo aparentar una vida política sana y legítima por el hecho de
realizar contiendas periódicas donde supuestamente se elige a representantes de
la sociedad para beneficio de la población. Las elecciones son los momentos más
importantes para la continuidad del régimen, no para la gente.
Por los mismos motivos de arrogancia y privilegios relacionados con el
poder político, el abstencionismo, tan hipócritamente criticado por los mismos
actores políticos y sus simpatizantes, es visto y usado como un factor
determinante para ganar elecciones, de ahí la importancia de que exista. Su uso
y manipulación es similar al usado en los sectores paupérrimos,
lumpenproletarios: sólo cuentan para modificar resultados, ya sea comprando su
consciencia, ya sea para usarlos como grupos de choque sacrificables.
Como las elecciones son prácticamente el único momento importante al que se
ha reducido la participación ciudadana, todo se concentra en las campañas para
pedir al electorado su voto y que calle y desaparezca el resto del año. No hay
interés para nada más. Una sociedad sumisa, empobrecida, enajenada,
despolitizada, analfabeta política, es altamente manipulable y deseable para la
estabilidad del sistema político económico actual.
Dentro de este contexto de ignominia, la contienda electoral del 2018
sobresale por la cantidad de contradicciones dispuestas al fraude, que no sólo
provocan la desconfianza del electorado, sino también aumentan su desencanto,
su apatía e, irremediablemente, tendrá eco en la de por sí alta ausencia de
votantes. El sistema lo sabe y apuesta a ahuyentar a la gente de acudir a las
urnas, pues entre menos votantes, mayores las posibilidades de manipular los
resultados.
El régimen tiene mucho que perder. En esta ocasión, la debilidad del
sistema de partidos y sus aliados empresariales, aun con la intromisión de
Washington, por el saqueo impune de la nación a costa de la pobreza y la vida de
las personas, más la gran cantidad de escándalos de la clase política, hace imposible
ocultar su grado de descomposición y la gente lo sabe.
¿Quién no conoce de la “casa blanca” de Peña, del cochino triunfo del PRI (elección
de Estado) del 2017 en el Estado de México; de la continuidad sexenal de la
violenta “guerra contra el narco”, de las reformas anti y contra populares, del
gasolinazo; del robo institucional de los recursos destinados a las y los
damnificados de los terremotos; de los ex gobernadores ladrones (los Duarte,
los Moreira…) de los candidatos tramposos y con cola que les pisen (Meade,
Anaya, Zavala) de las instituciones electorales compradas (INE, Trife, FEPADE…)
no de ahora, con su resolución sobre el tramposo candidato independiente
priista “El Bronco”, sino de siempre o de candidatos de “izquierda” (AMLO) ahora
pragmáticos, que no saben defender sus triunfos electorales?
El panorama es para nada esperanzador. En regiones donde reinan los cárteles
del narco con lujo de violencia (Estado fallido) como Tamaulipas o Chihuahua,
ni siquiera hay condiciones para realizar elecciones. Tampoco está en el
discurso de los candidatos los derechos humanos, la perspectiva de género, la
defensa del medio ambiente ni una agenda para los pueblos originarios, casi en
peligro de extinción. La propuesta política electoral es totalmente del siglo
XX o más retrógrada. La oferta política en general es pobre aun si existieran
condiciones para elecciones limpias.
A nivel local, Ciudad Juárez es campeona en abstencionismo y el estado de Chihuahua
aparece frecuentemente en los últimos escaños de participación electoral a
nivel nacional. Este año no parece vaya a ser distinto. Aun con los candidatos(as)
“independientes” y ahora con la posibilidad de reelección (¿alguien recuerda el
slogan de Madero hace cien años: “sufragio efectivo, no reelección”?) la
contienda no cambia nada, salvo una mayor oferta por quien votar, lo cual no
alienta a una sociedad robada y desgastada por la violencia y el abandono.
Votar sigue siendo una ilusión por que la persona cree que elige, pero no
elige nada. El escenario está dispuesto para el fraude electoral, tanto de la
pobreza de opciones y propuestas de los candidatos, como de los previsibles resultados
finales. La pregunta no es por quién votar; tampoco cómo defender el voto; la
pregunta es si este sistema de partidos que divide a la sociedad, si esta “democracia”
representativa que sólo representa a las élites, es el régimen que más me
conviene.
Nos han vendido la idea de democracia como non plus ultra, pero eso también es falso. Ni la democracia
electoral es democrática, ni vendrá el caos si cambiamos la forma de
organizarnos. Ese discurso es más el de una religión celosa, egocéntrica. La
democracia mexicana es excluyente (pregúntele a Marychuy) y cleptocrática
(gobierno de ladrones) si votas o no votas le es indiferente al sistema; lo único
que importa es ganar y para eso cuentan con el monopolio de la violencia.