El frío intenso (tres días ya con temperaturas de -14 grados Celsius) hacen olvidar por momentos la violencia extrema de las “ejecuciones”, como gustan decir los medios informativos a los asesinatos, incluso parecen éstas disminuir. El frío nos sitúa en nuestra antigua realidad fronteriza periférica de México: lejos del poder político y a expensas de nuestras acciones. Pero cuando pase el frío Ciudad Juárez seguirá siendo Ciudad Cárcel, una de las ciudades más violentas del mundo y también una de las más vigiladas por la policía.
Para refrendar lo anterior, el jueves 3 de febrero el gobernador del estado César Duarte y el secretario de Gobernación, José Francisco Blake, firman en Chihuahua capital el enésimo convenio para garantizar la seguridad pública a Ciudad Cárcel. Muy sonrientes a las cámaras, sus discursos no se dejan esperar, amenazantes, contra una delincuencia organizada que seguramente estará temblando de frío y no de miedo. Como siempre, los últimos en enterarse, serán las y los habitantes de Ciudad Cárcel, ajenos a las decisiones políticas, al millonario presupuesto invertido, pero afectados directos de las estratégicas nuevas ocurrencias gubernamentales.
En Ciudad Cárcel nos hemos acostumbrado a la violencia; ahora que ésta sumada al frío nos permite ciertos cambios de hábitos, como quedarse en casa, nos percatamos por los medios de extrañas noticias como las de Egipto (y en general en varios países árabes) donde hay revueltas sociales para destituir a su democrático presidente por 30 años, Hosni Mubarak, aliado de Washington. No entendemos cómo es posible que por tan poca cosa salgan por cientos de miles a las calles. Acá en Ciudad Cárcel presumimos que ni tres años de violencia con más de siete mil asesinatos, de una “guerra” que no entendemos ni para la cual fuimos consultados, reclamamos nada; de todos modos, ¿a quién reclamar cuando no hay gobierno?; ¿cómo saciar el gran apetito gringo por la droga, el dinero y la sangre?
En el resto de México la comidilla del día son las elecciones estatales de este año y sus efectos en la elección presidencial del 2012, no la rápida erosión de las garantías individuales y derechos humanos (feliz cumpleaños Constitución de 1917) en el norte del país y sus peligrosas consecuencias para la nación; pareciera que quienes no están en la mera trinchera de la “guerra contra las drogas” les tiene sin cuidado la militarización y la pérdida de soberanía del país, como si en realidad las elecciones sirvieran de algo. Por el contrario, para las y los habitantes de Ciudad Cárcel, desde finales del siglo pasado las elecciones son un asunto sin importancia y cada año es mayor el número de abstencionistas. Para una ciudad cuya cotidianidad no es “¿por quién votaré para mejorar mi vida?”, sino “¿para qué votar si no cambia nada?” la política es un asunto de patanes con intereses particulares dispuestos sacrificar a la sociedad para saciar sus ambiciones.
Además de soportar acostumbradamente el despotismo político municipal, estatal y federal, se añade el clima xenofóbico y antimexicano de nuestros vecinos del sur, los gringos. Para salir de Ciudad Cárcel con rumbo a Estados Unidos vía El Paso, Texas, es preciso considerarse ciudadano de segunda o potencial terrorista y aceptar revisiones exhaustivas. Tal vez esto sea lo de menos si consideramos el cotidiano intervencionismo gringo, ya sea en las altas esferas políticas con sus empleados como Felipe Calderón o en el intervencionismo del espacio aéreo que hace el helicóptero de la Border Patrol (la migra) de lado mexicano. Ah, se me olvidaba que las armas usadas en esta ciudad provienen de ese país y también corrijo: estamos ya en una paulatina, descarada y no tan silenciosa, como comenta Porfirio Muñoz Ledo, invasión norteamericana.
Como en cualquier democracia, digna representante de los intereses de Washington y el neoliberalismo transnacional, en Ciudad Cárcel nos esforzamos por cuidarnos del alcalde en turno, la policía y el ejército en las calles, así hayan sido elegidos por el diez por ciento o menos del padrón electoral (Teto Murguía) o entrenados por los gringos. Si somos Ciudad Cárcel es por algo, como bien nos ha dicho en nuestras narices Calderón cuando expresa que no había de otra cuando nos envió al ejército y la Policía Federal (criminalización de la sociedad). Así es entendible los escuadrones de la muerte que exterminan a tantos y tantos pobres de esta ciudad, al más puro estilo de las juntas militares y gobiernos peleles centro y sudamericanas del siglo pasado, ¡ups! También entrenados por los gringos, ¡Qué casualidad!
Las y los ciudadanos presos de Ciudad Cárcel anhelamos el pasado como si realmente fuera algo a anhelar. Es decir, es tal la violencia actual que el pasado inmediato, donde ya éramos una de las ciudades más violentas de México con importantes rezagos sociales y urbanos, nos parece un edén comparado con el clima de violencia y destrucción del nuevo autoritarismo panista marca Felipe Calderón y sus cómplices priistas del estado. Nadie nos puede decir cómo es el infierno, porque ya lo conocemos; lo malo es que nadie quiera oírnos para que luego esto no les suceda: el Valle de Juárez está prácticamente deshabitado (por asesinato o abandono) y pronto tendremos un nuevo puente internacional Tornillo-Guadalupe en esa zona para “beneficio y progreso” de los habitantes de esta frontera, según dicen autoridades federales y estatales (¿?).
La esperanza, esa ave rara y a veces escasa, es frecuentemente convocada por la sociedad ante la ignorancia de los pactos político-económicos de gobernantes y empresarios la corrupción gubernamental en todos sus niveles y los intereses de los gringos en este país y ciudad, donde abundan los ejemplos como el mencionado en el párrafo anterior. Vivir en la zozobra es vivir al día en Ciudad Cárcel; lo que sí sabemos es que estamos entre el vicio y adicción del imperio estadounidense a las armas, las drogas, el petróleo y el dinero más la sumisión de un Estado castrado y sin legitimidad por situarse en contra de su sociedad. Ciudad Cárcel, ciudad donde duerme la justicia y muere la libertad.