jueves, 6 de mayo de 2010

MÉXICO LICÁNTROPO



Tonatiuh y sobre todo Huitzilopochtli, deben estar muy complacidos con el banquete de sangre del 2006 a la fecha en México: un holocausto a cambio de nada. De la cultura mesoamericana, los mexicas o aztecas fueron los más sanguinarios en cuanto a los sacrificios humanos; no sólo capturaban guerreros para sacarles el corazón, también los devoraban y desollaban (los sacerdotes vestían su piel). Otros imperios sanguinarios como los romanos, los mongoles o los norteamericanos, se ven inofensivos ante el canibalismo y la concepción de la muerte que ofrecen los aztecas. Ellos simplemente no le temían a la muerte, pues creían en la reencarnación; su mayor miedo era hacia la nada.

Cinco siglos más tarde, el dios de la guerra es convocado desde las ruinas de lo que algún día fue La Gran Tenochtitlan para ser invitado de honor de un festín de sangre ajeno ya a su cultura, pero repleto de heridas que evitan ser curadas, repitiendo ciclos de horror y sufrimiento. La historia de México también puede ser vista como la historia de los holocaustos: cada vez que se genera un cambio sociopolítico, económico y cultural, es a través de una gran cuota de sangre: de los imperios mesoamericanos al imperio español; de la Colonia a la Independencia; de la dictadura porfirista a la Revolución; de la dictadura priista a la dictadura panista y así. ¿Cómo hacerle para salir de estos ciclos de sangre y alcanzar la autonomía republicana, la independencia económica, la revolución de la consciencia y el equilibrio con la naturaleza y el cosmos?

Empecemos por reconocer que no vivimos una democracia. Ni existe de los gobernantes y representantes hacia la sociedad y viceversa, ni entre los propios miembros de la sociedad mexicana, ni entre México como nación en relación a otras naciones (principalmente Estados Unidos) y organismos internacionales. La democracia de por sí nació viciada (nunca fue popular en Grecia) luego fue ignorada por siglos y en la modernidad rescatada de la mala fama (en el siglo XIX europeo era insultante ser demócrata) mientras en la actualidad es el emblema del capitalismo y el discurso favorito para hacer guerras de intervención en nombre de las libertades (sobre todo del libre mercado). Vivimos pues una falacia.

Reconozcamos también la crisis de las instituciones. El gobierno ha fallado, la religión ha fallado, la escuela ha fallado, la familia ha fallado, el individuo(a) ha fallado. Gobiernos que alientan la guerra y obedecen intereses de otros gobiernos y empresas transnacionales; religiones que protegen pederastas, inhiben la libertad sexual y apoyan gobiernos espurios; escuelas públicas sujetas a dirigencias sindicales corruptas; familias desprotegidas, marginadas y victimizadas; individuos miedosos, envidiosos, egoístas e infelices. El país no se colapsa por que a final de cuentas el instinto de supervivencia nos lleva a la organización frente a la anomia.

La enajenación y el bajo nivel de consciencia. La antítesis del disfuncionamiento y desgobierno de las instituciones, más el poder de la superestructura neoliberal-capitalista que constantemente nos estimula con mensajes e imágenes de violencia, codicia, sexo, deseo, avaricia y un largo etcétera, confunde y permite la confrontación de intereses, donde el pez grande se come al chico, en una mala interpretación del darwinismo social encaminándolo hacia la depredación del planeta y la autodestrucción de la especie. México se establece como una república de salvajes, nada más de apreciar el infinito desprecio con el que las élites del poder político-económico-religioso solventan la pobreza, la ignorancia, la enfermedad y la impunidad.

Rompamos el ciclo. La vida sin riesgos no vale la pena ser vivida. Es muy cómodo no hacer nada (cómo la ranita cocida en agua lentamente hasta que hierve) mientras las y los inconscientes destruyen todo, hasta que luego es muy tarde rectificar. Empecemos rompiendo el círculo de la simulación. No somos un país pobre, pero hemos dejado que todo mundo (menos el pueblo de México) se aproveche de nuestras riquezas naturales explotándolas. No somos un país libre, la libertad no se conquista ni se gana, es un estado del ser que se materializa y retroalimenta en las relaciones sociales y el entorno; ser libre para emborracharse, ver el fútbol o hacer lo que se me da la gana incluso si perjudico a alguien más no es libertad, es enajenación con un bajísimo nivel de consciencia.

Tal vez sea el momento de retornar las plegarias a los viejos dioses, dado que los actuales han huido cobardemente o ya los mato la violencia. Señor Huitzilopochtli, sirvan estas decenas de miles asesinatos para darnos fuerza para el presente y el futuro. Ayúdanos a desprendernos de los malos gobernantes que como garrapatas, nos chupan la sangre y traicioneramente venden nuestras consciencias y se apoderan de nuestras riquezas. Ayúdanos a vencer a nuestros enemigos, locales, nacionales y extranjeros, que viven a costa de nuestra felicidad, unidad y libertad desviándonos de ellas. Que todas las vidas cobradas por la “guerra contra el narco” nos hagan reflexionar profundamente sobre la vida y la muerte haciéndonos mejores hombres y mujeres, conscientes y amantes de la naturaleza y la paz.

NO SOLUCIONES, NO ELECCIONES

Revolución MMX