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miércoles, 27 de mayo de 2015

50 años de La democracia en México



50 años de La democracia en México
Carlos Murillo González

Frente al México organizado del gobierno (con su sistema presidencialista, su partido, sus uniones de trabajadores) y frente a los sectores de poder, también organizados (como el ejército, la iglesia, los empresarios nacionales y extranjeros) hay un México que no está organizado políticamente.
Pablo González Casanova


En 1965 aparece la primera edición del libro de Pablo González Casanova La democracia en México*, el primer estudio sociológico donde se somete a prueba las condiciones de vida de las y los mexicanos en un régimen de apariencia democrática. ¿Ha cambiado algo desde entonces?

El texto, terminado en mayo de 1963, es un amplio y rigoroso examen estructural de la economía, la política y la sociedad del México posrevolucionario. Para el lector(a) actual, acostumbrado al uso superficial del concepto de democracia, le parecerá raro encontrar dicha palabra mucho después de comenzada la lectura y en cambio entrar de lleno a la cuestión político económica con referencias directas de los indicadores más cercanos y confiables de la época, principalmente el Censo de 1960, así como anuarios estadísticos y otras fuentes de cuantitativas relevantes.

Se trata pues de una investigación de amplio alcance, hasta entonces algo inédito en el país, sobre el desarrollo de la democracia en base al desarrollo económico; los datos duros permiten ver un México marginal en muchos aspectos tan sensibles y básicos como la alimentación, el vestido y la educación. Es también un retrato de época, de la transición de una sociedad rural a una urbana. Las zonas rurales del siglo XX son tan marginales como las actuales; la diferencia es su ponderación poblacional: en 1960 representaban casi la mitad de la población (hoy son menos de la tercera parte).     

Para quienes gusten de los datos electorales, González Casanova ofrece varios
apartados interesantes que muestran comparativos por elección y porcentajes de participación. Hay también una crítica a la democracia capitalista y las aspiraciones burguesas de las élites económicas y políticas por mantener una situación favorable a sus intereses. Muestra lo que él llama un “México precapitalista y predemócrata” (página 187). Es la última etapa del “Milagro mexicano”, de la industrialización del país a partir de la sustitución de importaciones iniciada en los años cuarenta con motivo de la Segunda Guerra Mundial.

También entonces nota una atomización social, una distorsión política fruto del analfabetismo y el conservadurismo mexicano. Hacia esas fechas la protesta social y en general, inconformarse, demandar o exigir públicamente y organizarse para ello, son considerados más como actos delictivos que como derechos democráticos, tanto por el Estado, obvio, pero también por la sociedad. La tradición cultural autoritaria mexicana atraviesa clases y estratos para mezclarse con la apatía política, la sumisión cívica y lo que hoy llamaríamos el desencanto con las instituciones democráticas.  También para entonces es notable ya la penetración e influencia de los Estados Unidos en la vida del país: desde la inversión privada hasta la invasión cultural y por supuesto, la dependencia económica.

El análisis de las estructuras del poder político, sus actores y dinámicas, están representadas como fuerzas desiguales, donde el monopolio del poder se centra en alrededor del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el presidencialismo, pero subsisten a la vez partidos de oposición, movimientos sociales, organizaciones patronales, caciques regionales y un clero y sector católico de derecha todavía muy influyente,  según el autor, con tendencias fascistas. El gran actor marginal, el gran explotado, es el indígena, como ya se habrá imaginado el lector(a).

Las grandes ausencias en La democracia en México son los jóvenes, las mujeres y los medios de comunicación, quienes ahora juegan importantes roles en la sociedad del siglo XXI.  No obstante González Casanova reivindica que “No habrá otra revolución en México (y de ello es necesario tener plena conciencia) sino cuando la estructura social sea incapaz de resolver los problemas urgentes del desarrollo de la nación y cuando se hayan agotado las posibilidades de una lucha cívica” (página 96). Faltan datos sobre televisores, radios y su cálculo de usuarios, pues sería interesante conocer su penetración cultural por insignificante que fuese. En cambio el texto nos ofrece el número de tirajes de los principales periódicos a nivel nacional y estatal, pues se contaban por millones, algo inaudito en la actualidad.

Si al leer La democracia… siente que ha regresado al pasado, entérese que no ha salido de él. Ese pasado es el presente extendiéndose en el tiempo en un camino lento y tortuoso. La gran contribución de González Casanova es interpretar la democracia no sólo desde lo electoral, institucional y jerárquico, sino de atraer la atención sobre el problema de la desigualdad, la pareja del binomio libertad-igualdad básico de cualquier democracia. Por eso la legitimidad de la democracia en México se desmiente: por su enorme rezago social. 50 años después, La democracia en México de Pablo González Casanova nos sigue recordando las contradicciones mexicanas vigentes a la fecha, ¿qué haremos al respecto?



*Pablo González Casanova, La democracia en México, Ediciones Era, Vigésima reimpresión, México, 1995.

jueves, 14 de mayo de 2015

Enajenación y elecciones







Enajelecciones
Carlos Murillo González


Ciudad Cárcel, Chihuahua, primavera del 2015


El tiempo transcurre detenido en el siglo XX. Empieza un ciclo electoral, termina otro. El único momento en que la “política” está permitida: la “ciudadanía”  “participa” en prácticamente una de las pocas opciones pacificas para ejercer al menos, un posicionamiento.

El porfiriato no se ha ido, regresa con refuego neoliberal a proseguir el saqueo de la nación, ahora en su versión transnacionalizada. Al menos Díaz era un nacionalista, mientras sus herederos del PRI, PAN, PRD y demás, equivalen a los Conservadores del siglo XIX, los mismos que trajeron a Maximiliano y Carlota. Con el México independiente se celebran elecciones más o menos periódicas, para terminar con la farsa electoral porfiriana en teoría sepultada, ya entrado el siglo XX. El siglo XXI todavía no empieza.

Todavía hay muchos fanáticos de Díaz,  conservadores neoliberales (perdón por el pleonasmo: conservador = neoliberal, así salió el engendro) mutantes clasistas/racistas/misóginos, con aspiraciones aristocráticas, dispuestos a hacer negocios turbios a expensas de la riqueza de la nación, que es patrimonio de todos y todas; o del perjuicio a la salud, economía, cultura y territorio de las personas, así como de daños irreversibles al medio ambiente. Ya no es necesario el virrey cuando se es un protectorado (“aliado”) estadounidense.

Pareciera que ya no es la historia de México, sino la de un país que fue.

Así las elecciones aseguran el tan preciado orden social. Pero, ¿quiénes votan? En el siglo XIX, al menos en el estado de Chihuahua votaban los hombres mayores de veintiún años con alguna propiedad; es decir, terratenientes. Indios, pobres y mujeres estaban excluidos. La revolución de 1910 supuso la teoría del fin del fraude electoral y la reelección presidencial, pero las mujeres alcanzaron el voto hasta 1957 y las y los jóvenes de dieciocho años hacia 1967. Aún así, hoy se vota menos.

Las elecciones son una forma ordenada de simular democracia (gobierno del pueblo) tanto en países capitalistas como socialistas. Las elecciones son una herramienta política, y no per se, un sinónimo de democracia, ¿será que la gente lo sabe? Tal vez no sepa qué es democracia, pero sabe de lo de Ayotzinapa, de la injusticia y de la pobreza. Hoy votan los más pobres y los más ricos por intereses encontrados; en medio una gran masa se desgrana entre votar o no votar; entre el fútbol, las telenovelas y algo que no comprende.
 
La anestesia es eficaz. La gente añora regresar al pasado, a soñados mejores tiempos que nunca existieron. No se dan cuenta que un tal Duarte les está robando su dinero y quitando el futuro a sus hijos e hijas. Prefiere ignorar las atrocidades cometidas en Juárez y la Sierra Tarahumara antes que solidarizarse con víctimas y activistas. Esta es la gente más peligrosa, la más dañada; la posible víctima o victimaria de la constante violencia del Estado policiaco-militar.

Votar legitima al sistema y a la vez es casi el único recurso conocido de participación ciudadana. Una participación sumisa, lacaya, despreciable y despreciada. Las elecciones se han vuelto un desagradable y caro circo que no divierte a nadie, no hace falta promover el abstencionismo, la política está en otra parte.

La lucha de clases la van ganando los conservadores (empresarios, partidos políticos, ejército, iglesia católica) unidos para mantener el status quo por las buenas, y sobre todo por las malas. Las banderas en contra del próximo fracking por venir, contra el feminicidio, el alto a la violación a los derechos humanos o las exigencias de justicia y reparación del daño para tantas personas afectadas por la todavía vigente y censurada “guerra contra el narco” brillan por su ausencia. Esas cuestiones no se ven ni se tocan, mucho menos hechos concretos como las catástrofes de la fábrica Blueberry y el Aeroshow.

En México votar es un derecho, mas no una obligación. Para muchos(as) es un dilema ético, pues implica cuestionarse el beneficio o desperdicio del voto (particularmente su voto) para otro tanto es un esfuerzo inútil, un acto superfluo. Quienes ven la utilidad del voto suelen cuestionar a quienes no lo hacen. Quienes practican una política más allá de lo electoral, suelen criticar a quienes sólo votan. Una vasta parte de la sociedad no lo hace por motivos mucho más humildes (despolitización social y analfabetismo político) que a veces ni alcanza a comprender.

La democracia es una bandera política de lucha tanto de izquierda como de derecha. Los primeros buscan la horizontalidad, la igualdad de las mayorías de manera equitativa. Los segundos enfatizan el lema de la libertad (sobre todo económica) basada en el individuo y el orden jerárquico. La democracia electoral es una herramienta política para legitimar regímenes, nada más. Si quiere democracia, la tiene que aprender desde niño(a) en la casa, la educación u (opcional) la religión, pero todos sabemos que la familia, la escuela y la iglesia, suelen ser instituciones más bien autoritarias.

Hay además otras formas de hacer democracia o ir más allá de ella: autogestión, autonomía, acracia, tribunales populares, cooperativas y cuando éstas fallan, también están las protestas y mítines, la resistencia civil pacífica, el boicot, la revocación de mandato, el plebiscito o el referéndum. La democracia es mucho más participativa que sólo salir a votar.



domingo, 5 de abril de 2015

lunes, 18 de febrero de 2013

La izquierda no está en los partidos




Un gran engaño de los medios de comunicación, particularmente los televisivos, es reconocer como “izquierdas” al espectro de partidos políticos asumidos como tales; por ejemplo, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) o el Partido del Trabajo (PT) los más conocidos; al mismo tiempo se criminaliza a la mayoría de los movimientos sociales actuales y a la sociedad en su conjunto. Si la izquierda no está en los partidos, ¿dónde está?

Para las personas que recuerden un poco de historia mundial, podrán comparar con mucha facilidad las similitudes de los gobiernos totalitaristas del siglo XX (fascistas y socialistas) en relación con las democracias capitalistas neoliberales contemporáneas. La pérdida de libertades, la cultura de la violencia-miedo y el prejuicio negativo, son los ingredientes complementarios de la enajenación consumista actual, basada en “valores” conservadores, como la obediencia, el patrioterismo y la familia. El término burgués hoy casi en desuso, es el canon  de la cultura globalizada actual, simbolizada por el empresario exitoso, el no tan nuevo héroe nacional.

Hay todavía muchas personas que desconocen o confunden el significado político de izquierda y derecha. A la derecha se ubican desde hace siglos, los grupos de poder (religiosos, militares, económicos, intelectuales) casi siempre en función de un “líder” o como plutocracia (gobierno de unos pocos). A la izquierda está lo opuesto a la élite: la sociedad en sí, con sus múltiples facetas e identidades. La derecha crea y ejerce una estructura de dominación vertical basada en el patriarcado y la violencia. La izquierda es una respuesta defensiva a los excesos de los modelos de derecha. Los encuentros entre izquierda y derecha suelen llegar a ser violentos.

Otra gran confusión actual, es la dificultad para distinguir el activismo de izquierdas y de derechas. En los primeros ubicaríamos al zapatismo, las/los antiglobalización o las madres de desaparecidas; en los segundos, a la mayoría de los movimientos por la paz, los que están a favor de la militarización o los antiaborto. En la mayoría de los medios noticiosos regularmente se sataniza a los primeros, aunque en general el tratamiento es despectivo prácticamente en todos los casos. La protesta pública es mal vista: es una acción naca y no un derecho legítimo; por eso, bajo esa visión de las clases dominantes, la sociedad suele caer en despolitización y termina amando a sus amos y temiendo a sus libertadores.  

La gran contradicción de los movimientos de izquierda, es que cuando triunfan, suelen enviciarse de poder y terminan siendo iguales o peores que los movimientos de derecha: Napoleón, la URSS o la Revolución Mexicana son muestras de ello. Igual sucede con los partidos políticos de izquierda, que en su afán de poder, terminan siendo partidos burgueses, totalmente transformados a la vorágine seductora de la derecha, basada en valores exclusivistas de lujo y placer.  

En la cuestión electoral, los intentos por sacar adelante partidos de izquierda resultan en persecución, desintegración o lo que es peor, absorbidos o distorsionados por otros proyectos políticos. La lógica electoral es la de ganar elecciones, no la de gobernar; actualmente se le da más importancia a lo electoral que a lo gubernamental. Otra vez: hay que voltear a los medios a ver a cuáles políticos(as) le están vendiendo publicidad abierta y disfrazada; las elecciones también son negocio.

Así pues, cuando ve en los periódicos o en la televisión que se habla de la “buena” izquierda a esos grupos apoyadores de la privatización de PEMEX, los que hacen pactos con Washington o apoyan acciones en contra de la sociedad en general, no se pueden denominar de izquierda, sino oportunistas, igual a cualquier otro partido burgués (PRI, PAN, Verde…). Los partidos falsamente autodenominados de izquierda no son diferentes a los otros, pues al aceptar las reglas del juego electoral, automáticamente se transforman en el monstruo al que querían matar.

Ahora bien, la mayoría de la gente transita por el mundo sin una posición ideológica-política clara, pensando, por ejemplo, que con ser “un buen cristiano” es suficiente. En la realidad las sociedades son marcadamente conservadoras, moldeadas por la educación, la religión, la ignorancia y la pobreza. El valemadrismo, este sí un subgénero de la cultura naca, es otra forma de enajenación para mantener ocupada/desocupada a la sociedad. Cosa curiosa, mucha gente es de izquierda sin saberlo, ya sea obligados por las circunstancias, ya sea por convicción en alguna causa (DDHH, anticapitalismo, respeto a los animales …) emparentadas todas ellas como luchas de emancipación a problemáticas gratuitamente otorgadas por la derecha.

La cuestión es la dificultad para crear sociedades hasta el momento pensadas como ideales: pacíficas, inteligentes, armoniosas con el medio ambiente, prósperas…aunque la gente anhele éstas, hace poco, nada o incluso contribuye a evitar esta metamorfosis, pues está envuelta en una dialéctica negativa (círculo vicioso) que le impide ver la vida de otra manera.

¡Qué no le cuenten, qué no le digan!   La izquierda no está en los partidos.

 

lunes, 2 de julio de 2012

Fraude electoral 2012





Como era de esperarse, la maquinaria del sistema político mexicano se mueve para darle el triunfo electoral a Enrique Peña Nieto (EPN) y el PRI. De hecho todo apuntaba a que así fuera: las televisoras, las despensas, los ríos de dinero para coacción del voto, pero sobre todo, el conteo del IFE. Era ingenuo pensar, como ciudadano(a) común, que por las buenas se le puede ganar al corrompido sistema político y en particular al PRI.

La sociedad mexicana, acostumbrada al fraude electoral y los escándalos políticos, ya debería estar preparada para un escenario así. Es precisamente ahora a la hora de la postelección cuando se esperan reacciones de la gente. El grupo internacionalista hacker Anonymous  y el juvenil #Yosoy132 son hasta el momento, los únicos atenta y abiertamente en alerta ante esta realidad. Pero mientras los primeros al sospechar del fraude cibernético, llevan su propio conteo, los segundos esperan reunirse para decidir acciones a seguir. 

Al igual que hace seis años, el país queda dividido por sus preferencias partidistas. Según los datos del IFE, hay en una férrea competencia entre el abstencionismo y EPN por el primer lugar, cercanos a los cuarenta puntos; AMLO en segundo a una distancia de 5-6 puntos; Josefina Vázquez Mota en un lejano tercer sitio con una cuarta parte de los votos; y otra férrea “pelea” por el último lugar entre Gabriel Cuadri y el voto nulo en el horizonte del dos por ciento de los votos. No debe extrañar la mancuerna abstencionismo-PRI, pues van de la mano y son proporcionales: a mayor abstencionismo, mayor posibilidades de triunfo del PRI, sin olvidarse además el valor de los votos que obtiene el PRI; es decir, los que compra, los que fuerza, los que mete de trampa.   

El detalle del fraude está en la distancia permanente, inamovible, del puntero (EPN) con el segundo lugar (Andrés Manuel López Obrador, por segunda ocasión) de  entre tres y seis puntos, así como en la también inamovible distancia entre voto nulo y Gabriel Cuadri (este candidato fungió en todo momento no sólo como un distractor y palero de EPN, sino también como una especie de comodín sin el cual la ecuación anómala de votos no sería posible). Este tipo de anomalía estadística se presentó en el 2006 y desde entonces ha sido investigada por científicos de varios países. Lo que llamo la atención de estos especialistas fue esa forma tan particular y mexicana de burlar las leyes científicas para adecuarse al resultado oficial: las tendencias no se cruzan, sino se mantienen, ¿cómo?

El fraude en las democracias electorales es muy común. En Estados Unidos por ejemplo, país que se jacta de “democrático” y hace guerras en su nombre, también emplea la rasura del padrón, el acarreo de votantes, el financiamiento exorbitante (“donaciones”) fraude cibernético, entre otras, sin los cuales no se entenderían triunfos como el de George W. Bush en el 2000, una elección particularmente fraudulenta. En las democracias capitalistas se practica lo que se conoce como “democracia dirigida”: las elecciones dan la sensación social de orden, civilidad y certeza, pero en realidad, como en México, quienes deciden y gobiernan son las grandes corporaciones, los grandes capitales, pero hacen creer a su ciudadanía que se juega limpio y su voto vale.  En las democracias capitalistas la competencia electoral es inequitativa y responde a los intereses de los grupos más poderosos.

México se ha especializado en fraudes electorales desde siempre (la historia del país está llena de conflictos de este tipo, como en 1910) pero a partir de 1988 se ha especializado en el fraude electoral electrónico. En 2012 se vuelve a aplicar dicho esquema con los resultados hasta ahora conocidos y ya legitimados por la clase política. Según el doctor en física Jorge Alberto López Gallardo de la Universidad de Texas en El Paso (UTEP) se están utilizando matrices similares a las utilizadas en 2006 para crear correlaciones perfectas inamovibles a favor de EPN y en contra de AMLO. En su cuenta de Twiteer @A_LopezGallardo se pueden apreciar las observaciones que está recogiendo.

El peor escenario postelectoral es el de un país dividido por que puede generar violencia.  Cuando se hizo la reforma electoral del 2007, el Instituto Federal Electoral (IFE) no hizo lo necesario para evitar un panorama así: ni segunda vuelta, ni candidaturas ciudadanas, ni vigilancia de la coacción del voto, entre otras. El IFE hace tiempo que dejó de ser una instancia confiable, mucho menos ciudadana que incluso se ha visto débil o cooptada ante el poder de las televisoras; esto hace ver al IFE ante la opinión pública como más a favor de los intereses del stablisment y no de la ciudadanía. De este escenario salió el #Yosoy132.

Es natural si la gente se siente defraudada: ni los candidatos, ni las instituciones del Estado (llenas de burócratas partidistas) mucho menos los partidos o los grandes empresarios están a la altura del país.  El fraude electoral , estuvo presente siempre ante los ojos de todos y todas (ahí están Youtube y Facebook como testigos) y la realidad, la cruda realidad es que el futuro inmediato presagia más violencia, estado policiaco, corrupción. Las elecciones pasan, se van, el PRI nunca se fue, ¿vendrá con deseos de venganza?, ¿cómo va a recuperar toda la lana que invirtió en la campaña y publicidad? Mientras votabas no dejó de haber violencia, robos, feminicidio, inseguridad, ¿estará la sociedad mexicana a la altura de su país?