¿Por qué no cae Peña Nieto?
Carlos Murillo González
Casi cada semana y aun antes de ser presidente de la república, Enrique Peña Nieto (EPN) ha sido y es, una constante fuente de calamidades y agravios para las y los mexicanos, pues es un campeón de la corrupción, la violencia y la mediocridad. ¿Cómo es posible ante tanta y tan obvia mezquindad que siga al frente del gobierno de México?
El problema y su solución, sin embargo, está en la sociedad mexicana, pero ésta no quiere, no sabe o no puede hacerlo. El sistema político mexicano de por sí apesta con sus decadentes partidos y sus retrógradas políticos que son además el contexto de donde surgen los actuales Duarte, los Moreno Valle, los Graco Ramírez y otros nefastos gobernadores, más los presidentes municipales, diputados, senadores, regidores, todos cortados con la misma tijera.
En México los partidos políticos son genéricos del PRI, igual de corruptos o en proceso de serlo, por eso la gente no ve diferencia entre unos y otros. El grave problema de esto es que los partidos actúan como una verdadera mafia, la “Cosa Nostra” mexicana en disputa por el poder, con sus secuelas de sangre y destrucción, al margen de la ley y con total coste al pueblo de México. Esa tremenda impunidad da como consecuencia productos tipo EPN, nacido del fraude electoral, la imposición y la compra de consciencias.
EPN es un verdadero peligro para México, lo ha demostrado con creces. Pocos están contentos con él y quienes lo defienden son tan pendejos como él. Sin embargo en un país de analfabetas políticos, despolitizado, enajenado, es ideal para personajes estúpidos como Peña Nieto, un títere del sistema totalmente rebasado, gris, impuesto por intereses oscuros de personajes igual de peligrosos, pero temidos, como el ex presidente Carlos Salinas de Gortari.
Cada sexenio es lo mismo: una apuesta al futuro con políticos apátridas, déspotas y egocéntricos convertidos luego en la peor versión de sí mismos gracias a ese poder cuasi ilimitado que le otorgamos las y los ciudadanos. Cada presidente entrante es peor que el anterior. El camino del presidencialismo a través de procesos electorales viciados de origen, sin democracia participativa y sin herramientas favorables al interés público (plebiscitos, revocación de mandato, etcétera) dan como resultado reyezuelos y mirreyes que en vez de servir a la sociedad, se sirven de ella.
La impotencia social de no poder controlar la prepotencia política es equiparable a los viejos regímenes monárquicos regidos por el terror y los caprichos de las clases dominantes pero, ¿qué no vivimos en una democracia? Por supuesto que no. Si fuera así, EPN ni siquiera hubiera contendido a la presidencia y estaría purgando condena en la cárcel por la represión en Atenco cuando era gobernador del Estado de México.
El cinismo de la clase política o su hipocresía, según sea el caso, es ya parte de la cultura de este país, reproduciendo en lo micro lo que nota en lo macro, por ejemplo, aspirar a ser presidente no para ayudar al pueblo, sino para acceder a sus privilegios. Si EPN quisiera a su pueblo y si fuera congruente (si acaso conoce la palabra) ya habría renunciado solito. En los tiempos de la democracia griega en su época clásica, a los gobernantes corruptos se les castigaba con la pena de muerte; en el México contemporáneo se les premia con aviones de lujo.
La paciencia de las y los mexicanos luce eterna, ilimitada. Parece que ya nos hemos acostumbrado a soportar gobiernos corruptos tras gobiernos corruptos, uno tras otro, como si fuera algo natural. Ahí es donde radica la principal fortaleza del poder político: en gobernar sobre súbditos y no sobre ciudadanos; si el conocimiento de las personas no da para conocer el significado de la palabra democracia, mucho menos puede tomar conciencia del socialismo y la anarquía, conceptos tan cercanos y a la vez tan desconocidos a las masas.
Es triste reconocer que finalmente EPN sí representa a la sociedad mexicana en general. Es el reflejo de siglos de luchas que no han terminado por emanciparnos; de las traiciones de los líderes de las causas justas que los llevaron al poder; de la explotación de las riquezas de la nación y peor aún, de su gente. Aun si cayera Peña Nieto, ¿quién lo sustituiría?, ¿cómo evitaríamos otro sátrapa, otro desalmado? El problema insisto, es de fondo, es el sistema político partidista y presidencialista y la sociedad apática que lo tolera.
¿Podemos vivir sin gobernantes? Claro que sí. Desafortunadamente la idea suena tan descabellada para tanta gente, que hasta es riesgoso hacerlo público; a ese grado llega la enajenación de la sociedad, víctima de un conservadurismo dogmático fruto de la religión y de la política convenenciera. Pero existe la esperanza del hartazgo, de que algún día las contradicciones de la injusticia choquen con la realidad del hambre, el desempleo, la pobreza, la inseguridad y este régimen llegue a su fin; ese futuro no está muy lejano.
Mientras tanto seguiremos protestando por las redes sociales o exponiendo el pellejo en manifestaciones callejeras contra la visita de Trump, el plagio tesista, la casa blanca, las reformas estructurales, la represión a los maestros y maestras, la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, más lo que se acumule en la semana; EPN es fuente abundante de errores de enormes magnitudes y un día de estos terminará por romperse (eso espero, por el bien de México).