Dedicado a las y los metaleros de Ciudad Juárez
Era
una casa de dos pisos que parecía vibrar; en cuanto entrabas, el impacto del
sonido era dominante, de frente, como una montaña invisible que te cae encima y
te atraviesa el cuerpo. Agrupados en y alrededor de la escalera, las y los
invitados: jóvenes, niños, hombres y mujeres; en el apretado lobby del segundo piso, las bandas
tocando casi en penumbras por la poca luz y el predominante negro de la ropa de
los presentes. Por extraño que parezca y pese a la violencia anómica de la
“guerra contra el narco”, la escena metalera de Ciudad Juárez sigue gozando de
una excelente salud.
El
metal es ese sonido revolucionario que llevó a una generación de adolescentes a
establecer un nuevo género de vida influido por la actitud punk hardcorera y
una mezcla de valores masculinos e instintos salvajes como culto a la
testosterona, lo bizarro, lo oscuro y lo diabólico con infinitas variantes.
Desde la década de los ochenta del siglo pasado, la cultura metalera es una
presencia en el mundo. El metal es un género de música “extrema” degustada por
una insignificante, pero significativa, población mundial. Más allá de idiomas,
religiones, edades, género o clase social, ser metalero(a) es toda una actitud
ante la vida.
Hablar
del metal en México necesariamente pasa por hablar de David Payán y Ciudad
Juárez. Esta historia tiene que ver con un justo reconocimiento a cierto tipo
de artistas pioneros y escenas sin las cuales no sería posible comprender la
existencia de otros géneros plenamente establecidos e identificados y la
permanencia de los mismos. El metal, ese estilo marginado y subterráneo, sin más
pretensiones que una abierta y crítica rebeldía contraria a lo establecido
socialmente, sobrevive a espacios hostiles como el de Juárez y no le pide nada en
cuanto a escena, a ciudades más grandes y cosmopolitas. No es de extrañar que
estos conglomerados urbanos contemporáneos estresantes, deshumanizantes,
militarizados, sean una fuente para la constante aparición de bandas y artistas
que le dan vida a las distintas formas del metal.
Históricamente
las ciudades industrializadas, pensadas para trabajar y sin alternativas para
el desarrollo social y el esparcimiento, son ecosistemas ideales para el metal.
En los setentas, bandas como Black Sabbath sentarían las bases del Heavy Rock
en transición hacia el Heavy Metal surgiendo de este tipo de ciudades (en este
caso de Birmingham, Inglaterra). Desde entonces el metal y sus seguidores son
característicos de cualquier ciudad globalizada: pelo largo o corto, tenis o
botas, mezclilla y cuero, a veces maquillaje, cadenas, tatuajes, piercings,
colores oscuros y militares, son parte del estereotipo característico, así como
cierta tendencia al consumismo parafernalio. La posmodernidad no puede
explicarse sin identidades disidentes y rebeldes como la metalera y los
movimientos musicales son tan influyentes como indispensables, para comprender fenómenos
como el pacifismo o el comunismo hippie, por ejemplo.
En
el caso de México, el metal entró por las grandes ciudades y particularmente
por aquellas de la frontera del norte; las ciudades maquiladoras colindantes
con sus pares estadounidenses, como el caso de Ciudad Juárez y El Paso, Texas.
Mucho antes de que bandas como Metallica y Slayer fueran famosas o Sepultura y
Kreator existieran, en 1983 se forma Death Warrant (sentencia de muerte) la
primera y más influyente banda de thrash metal mexicana cuando ni siquiera
existía un rock nacional. Con dos demos Metallic
Slaughter (1984) Time of Dying (1987) y varias
recopilaciones, Death Warrant fue conocida y escuchada en el mundo, aunque sólo
tocó en algunas plazas de México alternando con bandas como Torture (El Paso)
Taskforce (Ciudad Juárez) Frightful Cross (DF) Six Beer (Querétaro) y Virgin
Witch (Toluca). De sus integrantes originales, Felix Reley (batería) Agustín
García (bajo) David Payán (guitarra) y Manuel Estrada (guitarra y voz, 1964-1991)
sólo Payán sigue vigente. La banda jamás se ha vuelto a reunir después de la
muerte de Estrada.
David
Payán nace el 5 de diciembre de 1964 en Ciudad Juárez y además de haber sido miembro
fundador, junto con Manuel Estrada, de Death Warrant, ha sido productor e
integrante de otros grupos como Dark Half (cuyo primer disco Reborn, sería el primero lanzado en
Estados Unidos por una banda mexicana de death metal) Death Fucking Noise (Pionera
del crossover thrash/hardcore) y Dream Factory (death progresivo) así como
influido en otras bandas y artistas del género. El toquín con el que abre este artículo fue organizado para festejar
el cumpleaños de Payán, quien por
supuesto, tocó con su nueva banda para celebrar tan importante evento sin
poses, sin rockstars, sin piedad; sólo pleno y poderoso raw metal.
El
metal es un género que llegó para quedarse. En más de tres décadas la cultura
metalera no ha cambiado su actitud desafiante ni su ambiente fraterno y
respetuoso, pese a la agresividad de su música. Hoy como ayer sigue siendo más
fácil que un metalero(a) se adapte y tolere ambientes pop o fresas, a que
alguien de estos u otros ambientes acepten el metal. Tal vez tenga que ver con
la honestidad con uno mismo y con la vida, lo que te hace seguro de lo que eres
y lo que no; tal vez sólo se trata de la supervivencia en un mundo hostil; lo
cierto es que el ser metalero sigue fuerte y sigue vivo. ¡Felicidades Payán y
larga vida al metal!