Libertad de expresión vs censura
Carlos Murillo González
Los comentarios en contra de Juan Gabriel y luego las manifestaciones promovidas por la jerarquía católica contra el matrimonio igualitario, han abierto en las últimas dos semanas el debate sobre la libre expresión y la tolerancia, pero incomprensiblemente se ha dejado fuera el tema de la censura (¿?).
Los primeros en poner “el grito en el cielo” han sido las y los colegas de la prensa y, aunque en apariencia su inconformidad resulta legítima, en lo profundo esconde un doble discurso y moral. El punto de discordia fue el comentario de opinión del ex director de TV UNAM, Nicolás Alvarado, quien en su columna del periódico Milenio, escogió mal momento para hablar pestes de Juan Gabriel, prácticamente, al día siguiente de su muerte. El resultado, como era de esperarse, fue una reacción virulenta de parte del público que a la postre le costó su puesto en la UNAM.
Ahí surgió el malestar periodístico por la intolerancia de la sociedad ante tal opinión sin duda sincera, pero también insensible y poco inteligente para alguien que se asume “intelectual”. Las quejas de periodistas ante tal injusticia no se hicieron esperar en las redes sociales y con ello el debate sobre la libertad de expresión. Lo sorprendente del caso, no es la defensa de ese ideal, sino todos los demás temas que callan y por los cuales no se pronuncian ni tantito la mayoría de las y los periodistas, ¿se autocensuran?
Es de todos y todas conocido el nivel de la prensa en este país. La mayoría de los medios y la totalidad de los grandes consorcios mediáticos responden al llamado de los intereses políticos y empresariales; es decir, se comportan cuasi oficialistas hacia el poder político y protegen los intereses de sus clientes procurando no sacar notas que les molesten. En un gremio desunido, empobrecido y vulnerable al soborno, los pocos que hacen periodismo comprometido arriesgan su vida.
Por eso es sorprendente la actitud ante la desavenencia de Alvarado y su silencio ante verdaderas tragedias políticas (como Duarte y Peña Nieto) sus tímidas protestas o incluso rechazo y negación ante las injusticias sociales (Ayotzinapa, CNTE…) o la nula autocrítica hacia la censura ejercida en los medios donde trabajan. Tal vez por lo mismo, es más fácil defender la libertad de expresión de un ególatra, que criticar la censura gubernamental o inconformarse con la pérdida de credibilidad de su prosapia neutral y de compromiso con la verdad, pues correrían la misma suerte de Alvarado, el exilio o la muerte.
Haciendo más ardiente esta polémica, aparecen las manifestaciones maniqueas orquestadas por la iglesia católica y grupos reaccionarios, quienes se oponen, bajo una errada visión del mundo, a los avances en materia de derechos humanos por que no coinciden con sus creencias. Precisamente es gracias a la calidad laica del Estado mexicano que se pueden manifestar, aunque su discurso no sea del todo aceptado incluso, por buena parte de la feligresía católica.
También aquí nos encontramos frente a una posición ambigua y manipuladora hacia un derecho que no es exclusivo de la iglesia ni del Estado: la libertad de vivir con quien se quiera es una decisión individual que, por formalismos, se hace pública a través de las instituciones. Se trata de una lucha de poder entre dos grandes organizaciones por el monopolio de la vida social. Que el Estado mexicano sea proclive a proteger los derechos de las personas del mismo sexo a unirse, no es por su buena voluntad, sino obligado por las circunstancias mundiales, por las luchas sociales. Que el catolicismo y la derecha abanderen la falsa naturaleza de la familia y la sexualidad, no es por encontrar el bienestar social, sino para mantenerlo bajo su control.
Tampoco es visible la coherencia de la autocrítica en la jerarquía católica ante sus propios y no tan simples problemas, como lo es la pederastia, y peor aún, la protección de sacerdotes pedófilos violadores y mucho menos, la injerencia, de ser cierta, del Vaticano en la vida política del país. ¿Por qué entonces censuran a quienes señalan estas faltas? Contrastando con el discurso del papa Francisco, estas manifestaciones generan división, promueven el odio y desgraciadamente también, confunden a las personas de buena fe explotando su ignorancia.
No es tan fácil ejercer la libertad de expresión cuando quien lo expresa acepta la responsabilidad de lo expresado. El mundo contemporáneo es tutor de la libre expresión de las ideas, mas no así protector de las consecuencias de las mismas. Los argumentos son o deberían ser los pilares de esa libertad, pero con frecuencia abusamos de ella. Es pues, un derecho, una acción de consciencia o de interés; igual sirve para aclarar o para oscurecer la vida en sociedad.
La censura a la vez sigue siendo una acción represiva, de intereses; una herramienta para acallar voces disidentes, desviar la mirada y ejercer la manipulación. Tanto puede ser violenta, reprimiendo protestas, o tan sutil como la programación de la TV o las noticias de los diarios. Quien decide qué se dice, qué no se dice o cómo se dice, seguramente responde a los cuidados del status quo. En las naciones más “civilizadas” y en las más retrógradas, la censura sigue siendo ampliamente utilizada.
El debate no termina aquí. Censura y libertad de expresión van a seguir siendo parte de nuestras vidas, pues las sociedades son complejas, cambian y a la vez ofrecen resistencias al cambio. Nadie tiene el monopolio de la verdad, todos y todas tenemos derecho a expresarnos, eso sí es natural, pero la censura ronda con intereses no necesariamente naturales.
Hay que darle gracias a Juan Gabriel y a la jerarquía católica por sus libres expresiones, dejando ver el tremendo desprecio social existente contra las preferencias no heterosexuales. A la prensa hay que reclamarle tanto por su censura, como por sus comentarios, pues la sociedad mexicana es manipulable, contradictoria y, si no tienen los lectores y audiencia deseables, es por que tampoco han estado a la altura de las circunstancias.