Chihuahua
se inaugura en las nuevas luchas de clases posmodernas; esas que se dan cuando
uno o varios movimientos sociales surgen a raíz del mal comportamiento del
Estado falsamente llamado democrático. El capitalismo sigue existiendo y sigue
siendo violento, Marx no estaba equivocado. La violencia anómica (el
capitalismo tiende a la anomia) es ya parte integral de la vida cotidiana
chihuahuense.
El
asesinato del barzonista Ismael Solorio Urrutia y su esposa Manuela Marta Solís
en Cuauhtémoc, amenazados previamente junto con otros activistas por oponerse
al robo de agua por parte de grupos menonitas y la instalación de una
empresa minera canadiense en
Buenaventura, no son solamente el último eslabón de la cadena de violencia
gratuita facilitada por el Estado, sino, una práctica rejuvenecida y recurrente
en contra de la sociedad, tolerada y/o alentada por el propio gobierno.
La
represión capitalista y gubernamental es la misma cosa: el poder
político-económico hacen sinergia. La Chihuahua de principios del siglo XXI,
priista, neoliberal y conservadora, no es muy ajena a la Chihuahua de
principios del siglo XX y de hecho, tiene más en común con el régimen de
Porfirio Díaz, que con los ideales revolucionarios de los que derivan. La
represión policiaca de la policía de Leyzaola en Ciudad Juárez (criminalización
de la sociedad) el alto índice de criminalidad en la ciudad de Chihuahua; los
conflictos ejidatarios con la Comisión Federal de Electricidad en el noroeste
del estado; el aumento de los feminicidios; la destrucción del Valle de Juárez;
la desnutrición tarahumara en la sierra y el ecocidio de la misma…en fin, son
muchos y variados los efectos del capitalismo priista neoliberal, por cierto, padre
y modelo del panismo actual.
No
se trata de ingobernabilidad o Estado fallido, sino de una política ad hoc a los intereses del mercado. La
naturaleza del capitalismo es agresiva, masculina, y violenta; la del Estado, también
es masculina, coactiva y coercitiva. Combinadas dan pie a sociedades
jerárquicas (clases y estratos sociales) con una cultura patriarcal, individualizante
y egoísta, lo cual facilita la gobernanza (divide y vencerás) en lo
político-económico (como en el imperialismo estadounidense) llegando a extremos
como el terrorismo de Estado (Estado terrorista) cuyos efectos vivimos
actualmente en México. El objetivo de
este tipo de regímenes es la dominación.
De
las aberraciones de este sistema encontramos, en el caso Chihuahua, por
ejemplo, la aparición de grupos de poder, legítimos o no, que luchan entre sí a
expensas y a través de la sociedad.
Desde el 2007, pese a la exposición gratuita a una “guerra” que nadie
pidió (“guerra contra el narcotráfico”) los grupos de poder permanecen (metapoder)
y la sociedad paga sacrificando vidas, salud y prosperidad. ¿Qué sucedió? Un
reacomodo de fuerzas, nada más; el sistema permanece por una simple regla
económica de oferta y demanda. Pero no sólo es el narco; también están las
empresas transnacionales, como las mineras canadienses, famosas por destruir
ecosistemas en el mundo; los terratenientes locales, como los menonitas ricos
de Cuauhtémoc, con su economía ganadera y agrícola expansiva, derrochadora de
recursos naturales, sobre todo de agua; y en lo político, el monopolio del
poder por los partidos, particularmente el PRI, con su corporativismo filial y
servilismo empresarial.
La
sociedad chihuahuense vive reprimida por que su clase gobernante (políticos,
empresarios y religiosos) es también una élite reprimida, además de represiva. El
Gobierno del estado se ha encargado de la defensa de los intereses de estos
grupos con acciones de desprestigio y represión selectiva contra personas y grupos activistas (ecologistas,
feministas, derechohumanistas…) con gran permisividad hacia grupos
paramilitares (sicarios) la limpieza
social policiaco-militar o la protección también selectiva a determinados
grupos étnicos, empresariales y religiosos; se trata de que las cosas no
cambien. Lo que más temen los gobiernos y empresas neoliberales es a perder sus
privilegios, por eso les aterra el malestar de la gente, las protestas y demás
expresiones de contrapoder.
Si
el estado de anomia fascista* (esa
política de permisividad autoritaria o acuerdos entre grupos de poder, incluso
en pugna) prevalece en Chihuahua, pese a las protestas locales y la condena
nacional e internacional, es por facilidad del Estado, además de su falta de
voluntad e incapacidad de respuesta. El caos chihuahuense se refiere a esa
forma de dominación económica-política-cultural (capitalismo gore) concepto
tomado de Sayak Valencia para definir el placer por la violencia, la sangre y
el sufrimiento ajenos, por supuesto, presente en las acciones de intimidación
que utilizan estos grupos de poder (incluido el gobierno) desde siempre, pero
ahora de manera más que obvia, descarada. A nivel nacional, las reformas
laborales a la constitución, tal vez sea el mejor ejemplo de esto (violencia
económico-legal).
La
Chihuahua gore no puede durar para siempre. El asesinato de Marisela Escobedo,
por ejemplo, deja una escuela de protesta
familiar ciudadana, activismo muy común en Juárez y cada vez más presente
en el resto del estado, donde familiares y amistades se organizan (casi siempre
contra el gobierno) cuando alguien ha sido víctima de la injusticia. El
asesinato de Ismael Solorio y su esposa, al igual que Marisela y otros muchos
activistas chihuahuenses, seguramente calan hondo en las consciencias sensibles
del estado, dejando un legado de lucha y resistencia para la posteridad. No se
puede tapar el sol con un dedo.
*La anomia (sin reglas, inestable) y el
fascismo (orden autoritario/estable) se atraen formando un caos: la anomia no impone, pero tampoco respeta
normas; por el contrario, el fascista impone su ley, conquistando y organizando
parte de la anomia a su favor y conveniencia; juntos hacen un moebius negativo,
un orden caótico (a final de cuentas
el fascismo también es anómico). La síntesis puede ser muy peligrosa, los dos
son polos negativos. El populismo neoliberal es un buen ejemplo de la dialéctica entre anomia y fascismo.