De caballos, nacos y narcos
Carlos Murillo González
Ciudad Cárcel, Chihuahua, apunto de amanecer el
otoño del 2015.
En Ciudad Juárez, por supuesto, también la realidad se vuelve
surreal, contradictoria, caprichosa. La percepción y acción de esa “realidad”
en lo individual y en lo colectivo, a veces le llamamos cultura; otras enajenación
y así. Obviamente lo material, lo objetivo, lo tangible; lo económico;
pesa e influye, es la parte de la “realidad”, “del mundo real de verdad” al
cual nos referimos.
La “normalidad” juarense es la violencia.
Estamos tan, pero tan acostumbrados a la violencia, que ya no nos
damos cuenta de ella. Pasamos del hablar “duro” y “golpeado” típico del acento
norteño, origen y tradición del cowboy
chihuahuense, a las peleas “a pedradones” de los barrios de cholos y ahora, al
show pornográfico y gore, de la
“guerra” contra el narco (limpieza social) y de las “muertas de Juárez”,
gracias al Estado policiaco militarizado.
Somos una sociedad enferma que no quiere aceptarlo (el gobierno no
va a aceptarlo): diabéticos, neuróticos, alcohólicos, depresivos…todo un
hospital. Una sociedad vulnerable expuesta a las alergias, el cáncer, las
adicciones y con suicidios en aumento, pero ni todo junto alcanza para situar la
emergencia de salud pública para esta ciudad de 1.3 millones de habitantes. Los
multimillonarios recursos del ya olvidado “Todos somos Juárez” nunca se vieron
por ningún lado.
Despolitización: enfermedad de nacos.
Cuando Carlos Monsiváis definió por primera vez el concepto de “naco”
en los años setenta del siglo pasado, lo hizo para distinguir aquella persona socialmente
apática, apolítica, ignorante de su ignorancia (ojo: no necesariamente pobres)
metidas en un ritmo de vida que hoy definimos como posmoderno y así, poder hacer
la diferencia con los movimientos sociales de esa época: los “hippies”, el
movimiento estudiantil y universitario; la música rock, tan satanizada desde entonces, entre otros. Se trata de una
época muy dura de agitación social y represión por parte del Estado; una
historia invisibilizada además, por los medios de comunicación.
El “naco” fue y es un vocablo de las clases dominantes y el gobierno
para desprestigiar la lucha de clases. Luis de Alba, el conocido cómico, hacía
mofa del naco en su personaje “El Pirrurris”, un chavo de clase alta, arrogante
y mediocre a quién le asustaban los nacos; en este caso, pobres, gente del
pueblo, gente sencilla. En el afán de despolitizar a la sociedad, al igual como
en las dictaduras de Argentina o Chile, donde la televisión jugó un papel muy
importante: la censura en México oculta(ba) la guerra sucia, las desapariciones
sórdidas, el metapoder subterráneo de redes y muchas cosas más.
Lo naco, la naquez, es
entonces síntesis de snobismo (sigue
la moda) enajenación (carece de empatía) ignorancia política (no conoce sus
derechos) egoísmo (sólo se interesa por el/ella o su familia) y no sinónimo de
pobreza. Igual aplica para el término “chairo”, descalificativo para prejuiciar
el movimiento intelectual de izquierda y en particular, a las y los jóvenes de
todas las corrientes. Naco no es quien se manifiesta públicamente, por ejemplo,
ya sea cantando, repitiendo la palabra de dios o lanzando consignas políticas;
sino quien aún viendo su realidad, la niega o no hace nada al respecto.
¿Por qué caballos?
La gran polémica de las esculturas de caballos instaladas en
primer cuadro de la ciudad, profanadas por nacos trogloditas que bien merecen
ser quemados vivos en frente de catedral a la vista de todos y todas (es
sarcasmo) y es también un referente de la hipocresía de la imagen bonita de
Juaritos, su gente tan buena y mansa; sus artistas tan calladitos y ordenados y
así. Ha habido más cobertura mediática y enfado por esta situación, que
información y enfado sobre Ayotzinapa, las firmas para enjuiciar a Peña Nieto o
el altísimo endeudamiento de Chihuahua y las tranzas del gobernador César
Duarte, a quienes los medios protegen con su silencio.
Los caballos no nos van a salvar de los cánceres y la escasez de
agua patrocinado por la mina en Samalayuca. El espectáculo de los caballos es
bonito, estético, pero nada más. Responde al gusto de sus patrocinadores y se
usa para desviar la atención de cosas más importantes como la impunidad.
Similar sucede con la fuente de otros caballos, “Los Indomables” que poco o
nada se relaciona con la identidad juarense; o bien espectáculos como el
“Grito” de “Independencia”, se vuelven festejos huecos mostrando las miserias
de la enajenación mexicana, más que su historia.
Naco el que vaya al Grito; naco el que no
vaya.
De naco a narco hay sólo una erre. El gusto narco también se
volvió parte de la estética sin sentido de Ciudad Juárez: monstruosos antros,
troconononones, botas vaqueras de pieles exóticas, casas exuberantes en
colonias marginadas. Lo posmoderno a todo lo que da. Hoy los narcocorridos son
“la neta” aun a pesar de la censura. En esta lógica la cultura juarense,
mexicana y fronteriza, se vuelve un escape de la violencia hacia la violencia
(dialéctica negativa): La impunidad se hace habitual, se simula libertad, se
esconden fracasos, se hace burla del gobierno y políticos, pero no se les
confronta. Todo eso. Hace falta arte para combatir la naquez, pero antes, para
exigir respeto al arte y al artista, hacen falta condiciones sociológicas de igualdad
y equidad: educación, alimentación, salud.
Si se ofende más por la ignorancia de las personas a la exposición
al aire libre de caballos de resina de polietileno hechos en serie, pero
decorados artísticamente, ya sea por montarse en ellos o grafitearlos, que
cuando han borrado un mural de una de las chicas desaparecidas o el mismo hecho
de que el feminicidio exista, entonces, el naco(a) es usted.