viernes, 26 de agosto de 2011

El México de los hombre lobo





Vanidad es considerarse individuo no siéndolo
F. Nietzsche

Ciudad Juárez, Monterrey, ¿qué sigue, quién sigue? La cuota de sangre de la encarnizada violencia en aumento en el país, hace acostumbrarnos lentamente al espectáculo de la muerte, de la muerte en masa de decenas de miles de seres humanos viviendo en la penumbra de la anomia, la zozobra, la indolencia.

Cinco años de genocidio organizado me parecen poco para esperar el último año de gobierno del calderonismo, en esta etapa decadente del capitalismo mundial con base en los Estados Unidos, hoy por hoy, el principal beneficiado de la masacre de las ciudades mexicanas, sobre todo las del norte del país. La licantropía enfrentada a sí misma, envuelta en la locura del sacrificio banal, de una religión que idolatra el poder, el dinero, la violencia y la vida material.

Poco a poco el cáncer de la violencia misantrópica se convierte en canibalismo carroñero, en instinto de conservación alterado hasta la excitación de los sentidos, envueltos sus participantes en una vorágine perversa de escarmiento tormentoso y atizador del miedo colectivo; una competencia enferma que convierte la supervivencia en un juego extremo, distorsionado; un estado de guerra permanente, ilusorio, pero alimentado constantemente a fuerza de convertirlo en realidad por la política de Estado y la realidad sociológica del país. Hoy esa realidad le come las entrañas a México.

El país no es sus recursos, riquezas y bellezas naturales, materiales. Dos siglos de mexicanas y mexicanos libres, luchones, destacados, no han bastado para lograr un país en paz y armonía consigo mismo. La desesperanza no reside tanto en la tristeza de la muerte violenta y masiva, en el marchitar de la generación juvenil actual, no, sino que tantos siglos juntos, tantas sacrificios, tantas ilusiones y aún no hemos aprendido a querernos, a conocernos lo suficiente como para sentirnos una verdadera nación y no la sombra de generaciones más esplendorosas que la actual.

El peor enemigo de un mexicano es ¡otro mexicano!

El terror de los atentados recientes en la ciudad de Monterrey donde en singulares ataques en centros nocturnos y de apuestas los asesinatos se cuentan por decenas, desdibuja la de por sí violenta realidad de esta metrópoli, cuya extensa área metropolitana cobra cuota de dos a tres asesinatos diarios, más visibles en los periódicos alarmistas que en los noticieros televisivos. El terror más terrible es la reacción social de quienes, considerándose asimismos(as) como “gente de bien” aprueban el desarrollo de estas acciones, así como de las políticas que las sustentan, considerándolas como positivas; en otras palabras, un visto bueno a la limpieza social, ¡pero proveniente de la propia sociedad!

En Ciudad Juárez, donde la relación entre clases sociales no es tan marcada como en el resto de la república, la habituación a la cotidianidad de la violencia extrema, del asesinato a todas horas y en cualquier espacio, comparte también el mismo camposanto, el mismo panteón de las víctimas anónimas, meras cifras estadísticas en la cruel tarea de acumular datos fríos de una ciudad que ha perdido la alegría de vivir, y a la vez saca fuerzas de no sé donde para mantenerse de pie, digna, ante los constantes embates de un atacante anónimo, cuyos jefes, también anónimos, están interesados en destruirla para ejemplo de la historia del poder bestial.

La memoria de las y los mexicanos está dañada. Encerrados en nuestra pequeña celda individual, respiramos creyendo respirar. Abrazados de la cultura del narcisismo, en brazos del consumo y el deseo material, desbordamos nuestra inteligencia hacia la idea de la felicidad egoísta, donde no hay lugar para nadie más que no sea uno mismo. El destino individual y el destino social, bajo este paradigma, llevan destinos diferentes aunque se crucen constantemente. No reaccionamos frente al inminente peligro por estar tan enajenados en lo propio, la cárcel prefecta actual: un “ciudadano(a)” consumidor, un asalariado agradecido que no rezonga, no se queja y no se ve, perdido en la sacrificable homogeneidad de millones de seres humanos aspirando los mismos deseos y en competencia a muerte por lograrlo.

México arde mientras todos y todas contemplamos sus llamas, mientras nosotros mismos atizamos las llamas. Medio mundo en África, Asia, Sudamérica, Europa y hasta Estados Unidos, reacciona ante la decadencia de la política y la corrupción financiera o la precariedad económica; nosotros observamos, extraviados, los límites de la razón y la sin razón, nuestra propia muerte, surrealismo cruel.

El mundo está en crisis y nosotros no podemos ayudarnos ni a nosotros mismos. El siglo XXI lleva una década y parece que todavía no despega. En la confusión de los deseos, las ideas y las creencias, del lucro y la avaricia, del vicio y la hipocresía, se levanta el monumento a la ignorancia, a la maldición de este siglo si no se le rechaza: creer que lo sabemos todo, que no hay futuro. Del racionalismo de los gigantes sólo rescatamos una tecnología que nos parece prodigiosa, admirable, mientras pretendemos conocer por medio de la conquista. YA BASTA.

Sí, el presente es demoledor, contundente frío y pedante, hoy nos toca la tarea de limpiar el presente para gracia y fortuna de las generaciones venideras, pero cuáles si no hay espacio para el futuro ni rescate de lo antiguo; nuestra cultura mexicana actual, sumergida en el delirio de una borrachera imparable, nos hace ver doble y borroso, nos hace creer que somos libres y felices, ¡chingones! pero no es cierto, la faena no esta terminada,  la política del exterminio debe terminar, el saqueo de la razón y el cinismo ya no caben en la aventura de vivir civilizadamente; la tarea más ardua será recuperar el “alma” de las y los mexicanos (el deseo de vivir juntos y en paz, en amor y armonía, en la comprensión y aceptación total de la experiencia humana) hacer posible esa mutación.