Depresión y vergüenza
Carlos Murillo González
La depresión es una de las enfermedades más incomprendidas y menospreciada por la sociedad; como si fuera un tema tabú, se evita hablar de ello y, se prefiere callar cuando se sufre este malestar. Es mal visto estar triste, sin deseos de hacer nada o de vivir, tomándose como una mala actitud, infantilismo, falta de coraje o cobardía entre otros discursos más odiosos y peor intencionados.
A diferencia de la apertura a la diversidad sexual, la identidad de género o el consumo de mariguana, si bien no son totalmente aceptadas, por lo menos están en el debate de la opinión pública, aunque siga habiendo gays y mariguanos de closet, la depresión todavía sigue siendo y con mucho un tema satanizado pese a la enorme cantidad de afectades y su relación con los suicidios. Es imposible presentarse a un trabajo y revelar que se es depresivo funcional o que se ha vivido episodios de depresión en el pasado; simplemente no te contratan. Sin embargo, es una enfermedad que afecta a millones de personas en el mundo.
Hay pues una franca exclusión y estigmatización social hacia la persona deprimida de una forma verdaderamente mezquina, por que está basada en la ignorancia y alentada por creencias de la derecha basadas en la religión (hay que sufrir para merecer para el caso del cristianismo católico) en el capitalismo voraz (sólo se contrata gente sana o son pretextos para no trabajar) en la familia y amistades (échale ganas) agregando al padecimiento una carga extraordinaria de odio y señalamientos a quien(es) no pueden (o quieren, según esta lógica) ser “felices”, proactivos, animosos, alegres, etcétera.
Este entorno hostil descarga más pesadez a la persona afectada, haciéndola doble víctima: de la enfermedad misma y del prejuicio social. Por eso muchos(as) llevan en silencio el malestar o, incluso, lo rechazan. También está el desconocimiento en sí, cuando la persona no sabe por que llora de repente; por qué le dan ataques de ira o por qué sólo con el alcohol u otras drogas puede estar contenta, asumiendo que es una cuestión personal, negándola; rehusándose a buscar o recibir ayuda. Como no tiene manifestaciones físicas, la gente siente más empatía hacia una persona con cáncer, por ejemplo (aunque también las y los pacientes con cáncer se deprimen) que por alguien con depresión.
Pero y qué provoca la depresión (¿?)
Hay varios factores para la depresión: herencia genética; pérdida de un ser querido; una situación de violencia, guerra o crisis económica; por enfermedad o por sufrir un evento traumático. Hay depresiones temporales y pasajeras y las hay crónicas y de larga duración. Un ambiente egoísta, competitivo, clasista, jerárquico, patriarcal y con pocas posibilidades de movilidad social, como el que ofrece el sistema capitalista, son generadores de angustia, ansiedad y depresión. En otras palabras, las condiciones para desarrollar enfermedades mentales son propicias dentro del capitalismo, sobre todo en las grandes ciudades.
Para quien ignora o no ha tenido episodios depresivos, la depresión es como vomitar: mientras vomitas, todo el tiempo estás queriendo que ya termine; luego, cuando parece que ya se detuvo, viene otra ola de vómito y otra, hasta que finalmente no hay nada que vomitar y terminas exhausto. Pero a diferencia de quien pasa por el vómito, pues puede sentir alivio y empezar su recuperación, el de depresión quedará un largo rato desorientado(a) estancado, antes de empezar siquiera a sentir alivio o recuperarse.
Una asesina silenciosa
La depresión no es nueva, sólo que antes se le llamaba de otra forma, como melancolía, en su nombre más amable o hipocondría, en el más despectivo. Es con la entrada de la ciencia médica y la psiquiatría en particular, cuando se ha empezado a entender y explicar síntomas, desarrollando medicamentos apropiados para atenderla. Así se ha pasado de tratamientos naturales, como la Hierba de San Juan, a diferentes tipos de antidepresivos, como los inhibidores de la monoaminoxidasa (IMAO´s) con muchos efectos secundarios, a los inhibidores selectivos de la recaptura de serotonina, mucho más amigables, saliendo al mercado cada vez antidepresivos más específicos, rápidos o seguros, teniendo como único obstáculo el precio, pues suelen ser muy caros y las terapias largas (de meses a años de tratamiento).
Claro que no toda depresión es igual. No es lo mismo tener depresión leve, moderada o grave; tener depresión con ansiedad, ser maniaco-depresivo o la depresión postparto. También debe considerarse la atención médica y psicológica, el apoyo de familia y amistades; la disponibilidad de centros de hospitalización, como también grupos de apoyo y/o terapia de grupo. La depresión no respeta edad, sexo ni condición social. Es una de las enfermedades, junto con la diabetes y el cáncer, de mayor presencia y avance en el mundo. Es un padecimiento común, pero invisible.
Vergüenza
Después de hacer este breve recorrido sobre la depresión, si el lector(a) sigue teniendo prejuicios y señalamientos hacia quienes padecen esta enfermedad para hacerlos sentir mal, entonces quien tiene que sentir vergüenza es usted. Nadie está exento de deprimirse; sentirse fuerte no significa negar el sufrimiento o el llanto propio o sentirse superior por que no se quiere ser empático(a) ni solidario(a) con quien lo padece. Nadie tiene derecho a juzgar el sufrimiento de los demás por que no ha padecido depresión; sobre todo por que nadie sabe si puede ser el siguiente.
Cuando alguien ha perdido el entusiasmo por vivir, ya no disfruta lo que antes le hacía feliz o simplemente está pasando por un mal momento en su vida, lo menos que necesita es el consejo baladí, la mirada inquisidora, el regaño enfadoso o la indiferencia invisibilizadora; más bien se requiere la palabra de aliento, el acompañamiento moral y sobre todo, el respeto a la persona, si no se pueden dar muestras de amor.