¿Qué espera Juárez
del papa?
Carlos Murillo
González*
Ciudad Juárez es una urbe fronteriza con los
EEUU donde unas 400,000 personas trabajan en la maquila (la principal fuerza
económica) su media de estudios es de secundaria (8-9 años de escolaridad) más de
medio millón de personas viven en la pobreza (incluyendo pobreza alimenticia) y
desde hace varios años sigue sumergida en una crisis de violaciones a derechos
humanos (comenzando con el feminicidio).
La religión católica viene perdiendo feligreses
en México censo tras censo desde hace medio siglo y en Juárez no es la
excepción: sólo siete de cada diez personas se identifican católicos(as) (el
promedio nacional es ocho de diez) el resto de las identidades se reparte entre
todas las derivaciones cristianas y en las los no practicantes (ateos, agnósticos, libre pensadores…) más o menos
es la inversa del promedio de participación electoral de la ciudad (tres de
cada cuatro ciudadanos(as) se abstienen de votar).
La visita de un papa, en otras palabras, no
es de interés para por lo menos el treinta por ciento de la población juarense
(en general, al 80% de la población mexicana no le interesa la visita papal).
Jorge Mario Bergoglio, o papa Francisco I,
trae su propia agenda de interés, donde destaca su discurso por las y los
jóvenes, los migrantes y la opción por los pobres. Es un jefe de Estado y a la
vez es un guía espiritual jugando los dos papeles. Destaca su labor diplomática
en el restablecimiento de las relaciones políticas entre Cuba y EEUU y, más
reciente, en el diálogo con el papa Kiril de la iglesia ortodoxa de oriente,
algo inédito desde hace mil años.
Durante la dictadura argentina (1976-1982) es
elocuente su silencio frente a la tortura, la desaparición forzada y el
asesinato de miles de personas. Peor aún, está relacionado con el robo de
infantes hijos de desaparecidos políticos (nacidos en cautiverio) razón de
existir de las madres y abuelas de la Plaza de Mayo, y en el caso de dos
jesuitas torturados por el régimen, a los que no quiso o supo proteger.
A pesar de los esfuerzos de los medios de
comunicación por vender el acontecimiento como algo histórico, el espíritu
juarense, por lo menos hasta el “Día del amor y la amistad”, no está con la
visita de Francisco. Ves los grandes carteles espectaculares pagados por los
empresarios en varias avenidas, pero nada más. La ciudad sigue igual de caótica, de estresante.
El estilo de visitas de Enrique Peña Nieto y Felipe
Calderón, armando aparatosos dispositivos de seguridad, ahora también se
inaugura con las visitas papales: se cierran calles, se instala el ejército y
los federales, la militarización de vuelta. Todo se altera, la gente se pone
neurótica y opta por no salir a las calles. Pareciera que el Estado mexicano se
apresura a esconder a las y los juarenses metiéndonos miedo frente al gran
evento.
La ley seca, la suspensión de clases, las
instituciones de gobierno paradas un día antes y durante la visita de
Bergoglio. Todo suma a quebrar, a molestar a Juárez, a dividir a los juarenses.
Si es una visita de Estado, ¿dónde está el Estado laico? Esta revuelto un acto
político con uno religioso y no da oportunidad para la diversidad, para el
respeto al libre tránsito y la tolerancia.
El gobierno aconseja a creyentes y no
creyentes a “comportarse” frente a ese día singular (febrero 17) para dar una imagen
de una sociedad que no somos a unos peregrinos que no vienen a visitarnos sino
por el papa. Si Ciudad Juárez va a ser usada con fines políticos, por lo menos
que se sepa que no es la realidad que los medios pintan, más bien es la que
ocultan.
El jefe de Estado del Vaticano no es un
santo. Es un líder equivalente a un presidente o un monarca, haciendo su
trabajo, pero no deben tener esperanza quienes anden buscando a través de él, justicias
específicas. Su venida es un evento para miembros de la iglesia, de la élite y para
gente de fuera.
Para quienes vivimos en esta frontera, el
papa nos evidencia de nuevo el Estado policiaco y trastorna la cotidianidad
paralizando las actividades económicas y sociales. Recuerda al viejo PRI, el
que pinta las calles por donde va a pasar el pontífice y esconde a los pobres,
el Estado autoritario en resplandor.
*Carlos Murillo González, “Carmugo”, candidato por el Partido del
Abstencionismo y futuro ganador de las elecciones 2016 en Ciudad Juárez.