(Tomado de Cuadernos Fronterizos, número 21, invierno 2011-2012, UACJ, Ciudad Juárez, pp. 26-29)
(Foto tomada de harrybedamalca.org)
Religión y política van de la mano: manejan símbolos, valores
y ejercen el poder sobre la sociedad, por eso mismo se prefieren separadas,
porque no siempre siguen los mismos destinos o se subordina una a la otra. En
el caso de México, las pugnas entre la iglesia católica y Estado son numerosas
en nuestra historia, lo cual ha forjado el carácter del mexicano,
principalmente entre dos corrientes antagónicas: el laicismo y el catolicismo.
Si bien esto no significa una negación de otros tipos de tendencias, como el
protestantismo y el ateísmo, sí significan la relación más visible entre dos
poderes que se pretenden absolutos.
La conformación de la mexicanidad no deja
de estar influida por lo religioso. El catolicismo, la religión impuesta desde
la conquista española y en sustitución de las creencias nativas, tanto la
predominante mesoamericana, como las de las culturas del norte del país, sigue
siendo un referente obligado para comprender la cotidianidad del mexicano(a)
común. Pero también es de interés el grado de penetración y avances, sobre todo
a finales del siglo XX, de una jerarquía católica cada vez más protagonista en
la política del país, lo cual es fuente de polémica porque revive los grandes
conflictos nacionales donde se ha visto involucrada.
Este protagonismo de la curia católica suele
ser tan abrumador en el contexto de la vida nacional que opaca otras religiones
presentes y referentes de la pluralidad religiosa en México, principalmente las
religiones protestantes evangélicas, las paracristianas o los cultos populares,
que en conjunto y a pesar de ser minoría, suman millones de practicantes. Las
libertades alcanzadas por la iglesia católica desde las reformas al Artículo 24
en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari en el siglo pasado, pero sobre todo
en los sexenios panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón en el presente siglo,
están relacionados con una mayor inferencia en la vida social y política del
país, a modo de privilegiar movimientos y grupos conservadores como Provida
(antiabortista) o El Yunque (grupo de extrema derecha vinculado con el Partido
Acción Nacional (PAN).
La religión organizada juega un papel
clave en la vida política de un país por el impacto que llega a tener en la
sociedad y más cuando es mayoritaria, como en el caso del catolicismo. No es de
extrañar la creciente polémica en defensa del Estado laico no sólo de personas
y grupos políticos, ateos y agnósticos, sino de otras religiones que ven en
peligro su existencia, debido al discurso absolutista de la jerarquía católica,
muy enfocado a exponerse como la religión de la mayoría de las y los mexicanos,
casi como una religión de Estado, pues consideran esa tendencia como una señal
de un futuro perjudicial para quienes no coinciden con ella.
La sociedad mexicana a la que busca
imponer sus ideas el catolicismo jerárquico no es el mismo de la Independencia
o del siglo XX. Aún en los temas más polémicos, como su posición frente al
aborto, la propia feligresía católica se distancia en la práctica de la opinión
de sus jerarcas y esto delata dos cosas: la ficción de la unidad del
pensamiento católico (por cierto una religión a la baja desde la década de los
setenta del siglo pasado), pues es evidente la heterogeneidad de su feligresía
e incluso las críticas dentro de la misma que llegan a cuestionar los excesos y
abusos de sus sacerdotes, por ejemplo, en los numerosos casos de abuso sexual a
niños. La segunda cuestión se relaciona con ese aspecto oscuro y todavía intocable
de la jerarquía católica que oculta o protege pederastas como Marcial Maciel,
creador del influyente Opus Dei,
quien hasta su muerte fue señalado como tal, pero nunca enjuiciado por sus
actos. De ahí otra importancia de la curia por ganar más espacios políticos,
pues esto significaría también mayor encubrimiento a los delitos que en ella se
cometen, además de una envidiable posición hegemónica.
En cuanto a las religiones evangélicas,
cuya presencia en México se remonta a mediados del siglo XIX, les ha costado
persecución y muerte hasta la fecha para obtener espacios y hacer feligresía.
El avance del protestantismo, más evidente en los estados del norte y sur del
país que en el centro y Bajío, a veces ha sido vital para restar poder al
catolicismo, e incluso para fortalecer movimientos como la Revolución. Pero
también han sido usados como medio de penetración política (como los Institutos
Lingüísticos de Verano, financiados desde Estados Unidos) generando conflictos
y desestabilización, en estados como Chiapas. En los últimos años las y los
evangélicos incursionan en los partidos políticos ganado candidaturas y puestos
de elección popular, o bien creando sus propios partidos como el reciente Partido
Encuentro Social, con presencia en Baja California y Chihuahua. Las iglesias
paracristianas, por su parte, mantienen una incambiable posición apolítica (con
excepción de los mormones) donde más bien suponen conflictos de otro tipo con
el Estado, como evitar el saludo a la bandera, por la rivalidad que esto implica
con sus creencias, muy propio de los Testigos de Jehová y los Adventistas del
Séptimo Día, lo cual si bien no las hace religiones a modo, por su escasa
feligresía, todavía no representan un peligro para el Estado.
La dinámica de los cultos populares
representa una encrucijada de otro tipo con respecto al Estado laico. La gran
variedad de cultos y sus formas de adoración a veces secretas, como el
satanismo, o abiertamente expuestas como el culto a Malverde, “El Santo de los
narcos”, combinan elementos que pueden ser peligrosos para la estabilidad
política de cualquier país; su origen popular les da legitimidad, pero no
reconocimiento oficial. Las reformas al Artículo 24 proponen en lo general el
reconocimiento de las religiones bajo los rigores que en la constitución se
observan, lo cual no siempre aplica para las creencias populares. Pero eso no inhibe
a que sigan apareciendo nuevas formas religiosas, debido sobre todo a los
cambios en la sociedad, como el culto a la Santa Muerte, muy socorrido por
sicarios, o dentro del catolicismo a San Judas Tadeo, el santo preferido por
personas dedicadas a la delincuencia.
El laicismo es hasta el momento la única
vía para la pluralidad religiosa y el derecho a no practicar religión alguna.
Aún así no es suficiente en México para evitar situaciones de persecución o
despojo en perjuicio de grupos minoritarios, ya sean nuevas corrientes
religiosas o viejas formas de adoración. De esta manera, es posible reconocer
el conflicto entre católicos y evangélicos en Chiapas o la violación de lugares
sagrados de huicholes y tarahumaras para la explotación económica. Corrientes
como el ateísmo y agnosticismo no son vistas ni respetadas popularmente como
formas de libertad de pensamiento, sino como peligrosas ideologías, lo cual
dificulta todavía la conformación de organizaciones políticas.
Con el inicio del siglo XXI, en
coincidencia con la asunción del PAN en el gobierno federal en los dos últimos
sexenios, hay una notable preferencia desde el Estado hacia el catolicismo, así
como acercamientos a religiones evangélicas conservadoras en detrimento del
universo de creencias en sí, lo cual es un agravante en materia de la libertad
de creencias y puede llegar a convertirse en un retroceso para la nación de
seguirse violando el Estado laico. Independientemente de las creencias
religiosas particulares de las y los políticos en el poder, lo cual es
respetable, en cambio no lo es el evidente manejo de la religión para fines
políticos, como el caso de la próxima visita del papa Benedicto XVI en pleno
proceso electoral del 2012, lo cual crea un juego perverso, pues la religión
juega con la fe y no con la razón de las personas y en un país políticamente
analfabeta como México, sin subestimar la inteligencia de la gente, influye en
el imaginario colectivo y éste puede ser manipulado a favor o en contra de un
partido o candidato.
La política es muy importante para la
religión, como la religión es muy importante para la política. Los objetivos de
ambas, en teoría, es la de liberar a la sociedad de la ignorancia, que progrese
y se realicen sus individuos; pero en la realidad se constituyen en ejercicios
de poder desde las iglesias y el Estado, para alcanzar o perpetuar el poder
para sí mismos a través de un orden, que como un ejercicio colectivo y de
necesidad de vivir en sociedad. La ciencia, la religión y la política tienen un
origen común: antes de definirse como tales servían a la humanidad para guiarla
a partir del conocimiento; después ese conocimiento se fue haciendo restringido
y en la actualidad obedece a intereses particulares, casi siempre.
El destino de un país depende de que ese
conocimiento no se limite a unos cuantos; en el caso mexicano, la apertura
hacia el conocimiento generalizado para la sociedad es todavía insuficiente y abona
para la conservación y los privilegios de ese poder en pocas manos. El siglo
XXI es también llamado “el siglo de la información”, pero mientras siga
predominando una religión por encima del resto, o peor aún, una nueva fusión
entre religión y Estado, se puede regresar a un oscurantismo tipo Edad Media
retrasando el progreso social por muchos años. El fanatismo religioso y los
conflictos que ello genera, incluyendo las guerras, no son lejanas en un
escenario así; es preferible la despolitización de las religiones antes de
facilitarles, como en el caso del catolicismo, un poder absoluto.