Juan Gabriel, el mito
y el ídolo
Carlos Murillo
González
Alberto Aguilera, el verdadero nombre del
artista mejor conocido como Juan Gabriel,
es un fenómeno de masas cuya reciente muerte pone en evidencia lo que significa
el carisma: ese don de ser reconocido, querido y estimado por un amplio número
de personas que en realidad le otorgan ese homenaje en honor a su obra
artística, una auténtica conexión humana a través de la música.
¿Por qué escribir de Juan Gabriel (JG) cuando
hay cosas tan importantes y vitales de las cuales hablar, como la crisis de
violación a DDHH en México, el aumento de los asesinatos en Ciudad Juárez o el
último escándalo por plagio del presidente de la república (por cierto, perfecta
antítesis de JG)? Por que el grado de simpatías, cariño y polémica que sigue
causando el “divo de Juárez” aun después de muerto vale la pena analizar: cómo
una persona, este artista, pudo llegar a penetrar tan hondo en los corazones de
millones de personas, sobre todo de América Latina.
Para quienes nacimos o vivimos en Ciudad
Juárez, es casi imposible estar ajeno a la influencia de JG en esta frontera,
independientemente de si te llegaran o no sus canciones, JG es parte de la
identidad e historia de Juárez y serán siempre uno referente del otro; un binomio
inseparable como el logrado por el gran Germán Valdez Tin Tan, otro juarense por adopción, el inigualable Pachuco de oro cuyo talento y carisma
fue incuestionable.
Si los héroes surgidos del pueblo son los más
puros, los más genuinos, como el caso de Francisco Villa, quien es recordado y
anhelado por los estratos más humildes, hambrientos todavía de justicia, los
artistas populares como Juanga, son
también fácilmente adorados por que saben comprender y expresar en el lenguaje
de la gente común, sus pesares y alegrías, no desconocen las dificultades de la
vida enajenada y enajenante, pues forman parte de ella, llevando consigo una
misión más íntima: la de darle cause a los sentimientos de las luchas
cotidianas del alma, las del amor rechazado o traicionado, la búsqueda de la
felicidad, el desconsuelo de la pérdida amorosa, el amor a la madre o la
alegría de vivir.
La desgracia de ser un ídolo del pueblo es que
se distorsiona la verdad exaltando
defectos y virtudes, alimentando mitos y leyendas a través de los medios
y el chisme. Los detractores de Juan Gabriel, por ejemplo, parece nunca
perdonarán su cercanía a los círculos priistas, su evidente afeminamiento y
probable homosexualismo, desconociendo por completo al ser humano detrás de
esas contradicciones. Sabemos de JG que era pueblo, era banda, exigirle la perfección o darle atributos inexistentes o
quitérselos se encaminan a forjar la leyenda, pero no ayuda mucho a conocer al
ser humano detrás del personaje.
La magnitud de la muerte de JG seguro dará para
hablar durante días de las anécdotas personales, los momentos comunes o las
historias inspiradas por sus canciones y servirá, como siempre, a los intereses
políticos y económicos de quienes ganan desviando o atrayendo la atención del
público para fines egoístas, aprovechándose de un duelo popular genuino, que
muchos políticos sin duda envidiarán, o extrañarán, como seguro estará pensando
el todavía gobernador ladrón de Chihuahua, César Duarte, en cómo sacar el mayor
provecho post mortem del famoso y
único divo mexicano.
Es inimaginable someter a JG al escrutinio
público, al juicio político de la historia en un país de desamparados e
ignorantes, conservador y machista, a un hombre que, como muchos, sufrió las
vicisitudes de la sociedad de clases, de la pobreza y la discriminación
homofóbica y, sin embargo, triunfó por méritos propios a pesar de tener todo en
contra. Por eso el interés sociológico de comprenderlo como un fenómeno social
y cultural sui generis.
Como la mayoría de los compositores y cantantes
mexicanos contemporáneos y de otras épocas, su carrera más bien estaba alejada
de la crítica social y política, despolitizada, a pesar de ser en diferentes
momentos un recurso del PRI para eventos masivos y electorales, mas no por eso
sinónimo de engaño a sus seguidores, quienes supieron y saben diferenciar entre
lo artístico y lo político. También es digno reconocer su labor altruista con
los niños de Juárez y hasta su discreta labor activista, en apoyo a los
migrantes en EEUU.
Es importante pues reconocer el legado juangabrielesco desde un punto de vista
artístico y popular, esa es su justa dimensión y por eso pudo traspasar
fronteras, culturas y generaciones con una oferta musical sincera, sencilla y
directa. No fue un producto creado o impuesto por las televisoras, como sí fue
fruto de la cultura de masas, de hombres, mujeres, jóvenes, viejos y niños
identificados con sus versos y melodías pegajosas y profundas, quedando de lado
su origen humilde y sus preferencias sexuales, o tal vez, también por ello.
No deja de sorprender las espontáneas muestras
de cariño, iniciativas surgidas de la propia gente, sus fans, que siguen
acudiendo a sus canciones, a los recuerdos, a la conexión instantánea entre el
artista y el escucha, en esa complicidad que nace del público hacia el ídolo
lejano, pero sentido tan cercano, casi como un familiar, un ser querido. Sí, sí
hay cosas más importantes y urgentes que resolver para el futuro de la ciudad,
el país y el mundo, pero ahora también ha de respetarse el luto de la gente, un
impasse necesario para retornar de nuevo a la realidad, a la cotidianidad
violenta de este país y ciudad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario