Enajelecciones
Carlos Murillo González
Ciudad
Cárcel, Chihuahua, primavera del 2015
El tiempo transcurre detenido en el siglo XX. Empieza un ciclo
electoral, termina otro. El único momento en que la “política” está permitida:
la “ciudadanía” “participa” en
prácticamente una de las pocas opciones pacificas para ejercer al menos, un
posicionamiento.
El porfiriato no se ha ido, regresa con refuego neoliberal a
proseguir el saqueo de la nación, ahora en su versión transnacionalizada. Al
menos Díaz era un nacionalista, mientras sus herederos del PRI, PAN, PRD y
demás, equivalen a los Conservadores del siglo XIX, los mismos que trajeron a
Maximiliano y Carlota. Con el México independiente se celebran elecciones más o
menos periódicas, para terminar con la farsa electoral porfiriana en teoría
sepultada, ya entrado el siglo XX. El siglo XXI todavía no empieza.
Todavía hay muchos fanáticos de Díaz, conservadores neoliberales (perdón por el
pleonasmo: conservador = neoliberal, así salió el engendro) mutantes
clasistas/racistas/misóginos, con aspiraciones aristocráticas, dispuestos a
hacer negocios turbios a expensas de la riqueza de la nación, que es patrimonio
de todos y todas; o del perjuicio a la salud, economía, cultura y territorio de
las personas, así como de daños irreversibles al medio ambiente. Ya no es
necesario el virrey cuando se es un protectorado (“aliado”) estadounidense.
Pareciera que ya no es la historia de
México, sino la de un país que fue.
Así las elecciones aseguran el tan preciado orden social. Pero,
¿quiénes votan? En el siglo XIX, al menos en el estado de Chihuahua votaban los
hombres mayores de veintiún años con alguna propiedad; es decir, terratenientes.
Indios, pobres y mujeres estaban excluidos. La revolución de 1910 supuso la
teoría del fin del fraude electoral y la reelección presidencial, pero las
mujeres alcanzaron el voto hasta 1957 y las y los jóvenes de dieciocho años
hacia 1967. Aún así, hoy se vota menos.
Las elecciones son una forma ordenada de simular democracia
(gobierno del pueblo) tanto en países capitalistas como socialistas. Las
elecciones son una herramienta política, y no per se, un sinónimo de democracia, ¿será que la gente lo sabe? Tal
vez no sepa qué es democracia, pero sabe de lo de Ayotzinapa, de la injusticia
y de la pobreza. Hoy votan los más pobres y los más ricos por intereses
encontrados; en medio una gran masa se desgrana entre votar o no votar; entre
el fútbol, las telenovelas y algo que no comprende.
La anestesia es eficaz. La gente añora regresar al pasado, a
soñados mejores tiempos que nunca existieron. No se dan cuenta que un tal
Duarte les está robando su dinero y quitando el futuro a sus hijos e hijas.
Prefiere ignorar las atrocidades cometidas en Juárez y la Sierra Tarahumara
antes que solidarizarse con víctimas y activistas. Esta es la gente más
peligrosa, la más dañada; la posible víctima o victimaria de la constante
violencia del Estado policiaco-militar.
Votar legitima al sistema y a la vez es casi el único recurso
conocido de participación ciudadana. Una participación sumisa, lacaya,
despreciable y despreciada. Las elecciones se han vuelto un desagradable y caro
circo que no divierte a nadie, no hace falta promover el abstencionismo, la
política está en otra parte.
La lucha de clases la van ganando los conservadores (empresarios,
partidos políticos, ejército, iglesia católica) unidos para mantener el status quo por las buenas, y sobre todo
por las malas. Las banderas en contra del próximo fracking por venir, contra el feminicidio, el alto a la violación a
los derechos humanos o las exigencias de justicia y reparación del daño para
tantas personas afectadas por la todavía vigente y censurada “guerra contra el
narco” brillan por su ausencia. Esas cuestiones no se ven ni se tocan, mucho
menos hechos concretos como las catástrofes de la fábrica Blueberry y el
Aeroshow.
En México votar es un derecho, mas no una obligación. Para
muchos(as) es un dilema ético, pues implica cuestionarse el beneficio o
desperdicio del voto (particularmente su
voto) para otro tanto es un esfuerzo inútil, un acto superfluo. Quienes ven
la utilidad del voto suelen cuestionar a quienes no lo hacen. Quienes practican
una política más allá de lo electoral, suelen criticar a quienes sólo votan.
Una vasta parte de la sociedad no lo hace por motivos mucho más humildes
(despolitización social y analfabetismo político) que a veces ni alcanza a
comprender.
La democracia es una bandera política de lucha tanto de izquierda
como de derecha. Los primeros buscan la horizontalidad, la igualdad de las
mayorías de manera equitativa. Los segundos enfatizan el lema de la libertad
(sobre todo económica) basada en el individuo y el orden jerárquico. La
democracia electoral es una herramienta política para legitimar regímenes, nada
más. Si quiere democracia, la tiene que aprender desde niño(a) en la casa, la
educación u (opcional) la religión, pero todos sabemos que la familia, la
escuela y la iglesia, suelen ser instituciones más bien autoritarias.
Hay además otras formas de hacer democracia o ir más allá de ella:
autogestión, autonomía, acracia, tribunales populares, cooperativas y cuando
éstas fallan, también están las protestas y mítines, la resistencia civil
pacífica, el boicot, la revocación de mandato, el plebiscito o el referéndum.
La democracia es mucho más participativa que sólo salir a votar.
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