Pandemia + elecciones = pandemia de elecciones
Carlos Murillo González
Cada año la calidad de las elecciones baja en la misma razón de la calidad de las propuestas de los candidatos y de los partidos, convirtiendo las campañas en una parodia de la política. Sin escapatoria, el ciudadano(a) común, el eterno y pasivo espectador(a) de una contienda que le es ajena, se resigna a la apatía, la mofa y el rechazo a lo político, haciendo un círculo vicioso favorable a mantener el status quo del sistema.
La variable del coronavirus Covid-19 y su prolongado confinamiento de más de un año, ha hecho más dificultosa la vida cotidiana por su secuela de contagios, muertes y efectos económicos adversos. Bajo este contexto, en las entidades donde se celebran elecciones este 2021, el vigor por las campañas es distinto al de años anteriores. En el caso de Chihuahua, el único estado en semáforo naranja (los demás en verde y amarillo) según la calificación de riesgo de contagio por covid, el entusiasmo electoral luce por su ausencia. La oferta partidista es pronunciadamente igual que otros años: mismos discursos, mismas propuestas, mismas promesas. El potencial votante no ve diferencia entre partidos, mucho menos de ideologías, debido al cinismo del pragmatismo político, que igual revuelve oportunistas de todo tipo dejando ver su adicción por el poder y/o búsqueda de inmunidad para enfrentar la justicia.
¿Qué habría pasado si en 2018 en vez de que ganase Morena, hubiera sido la continuación del régimen neoliberal? Es muy probable que la gente estaría en las calles no celebrando elecciones, sino exigiendo la caída de sus gobernantes, un cambio en el sistema, como ocurrió en EEUU el año pasado y sucede en Colombia actualmente. Esto no quiere decir que el actual régimen esté haciendo todo bien o se haya deslindado del capitalismo, pero sí, que la gente que votó por esa opción (hoy, muchos arrepentidos, por cierto) esté contenta con ciertas políticas populistas (becas, aumento del salario mínimo…) ejercidas por el gobierno federal. Regresando a Chihuahua, aquí ocurre una situación general de descontento hacia el actual gobierno de derecha y neoliberal (privatizador) de Javier Corral, emanado del PAN, mediocre y autoritario a más no poder que, aunado al pragmatismo insensato, burlo, amoral de la oferta partidista electoral, hacen que esta sociedad abstencionista por tradición, se asqueé más de la cuenta para justificar su ausencia no sólo electoral, sino de la vida pública, sin saber el beneficio brindado sin querer a las élites políticas y económicas. A los partidos no les interesa más votantes, sino ganar más elecciones.
Para el caso de Juárez, una ciudad abandonada a su suerte desde hace muchos años, el desencanto con lo político-electoral se acentúa con la verdaderamente baja calidad de la oferta partidista, reciclada y anclada en el pasado; frívola y mezquina; sin imaginación ni propuestas serias para la ciudad de 1.5 millones de personas, la más grande del estado y económicamente, la más importante, pero, políticamente marginada: lejos de la toma de decisiones, fuera de las agendas y presupuestos gubernamentales, con un abstencionismo que ha llegado a veces hasta el 80% traducible también en bajo interés por los asuntos ciudadanos, es una suerte de puerto pirata mezclada con su pasado ligado al Old West gringo; una tierra sin ley, anómica, desterrada al olvido y explotada (victimizada) por la maquila, el narco y los Estados Unidos. Desde el 2007, la ciudad ha figurado varios años como la más peligrosa del mundo y en repetidas ocasiones, dentro de las más violentas, como sucedió en 2019 y 2020, donde aparecemos en el top cinco mundial.
Si el feminicidio, las ejecuciones del narco y las extra judiciales de la policía, no son parte de las propuestas ni promesas de campaña, en cuanto a soluciones, menos lo son el rescate de la vivienda abandonada, el ecocidio o la sequía. El Estado policiaco a través de la policía militarizada, sin duda, no ha traído tranquilidad a la sociedad juarense, pero sí a los intereses de la burguesía local-binacional; no hay distinción en el discurso electoral derecha-izquierda: combatir la corrupción, más vigilancia policiaca, más y mejores trabajos…nada ha cambiado en la forma de hacer campañas, salvo la eventualidad del Covid-19. Sin duda hay una permanente derechización de la política, pues en la práctica, continúa la guerra contra las y los jóvenes, contra las y los pobres, la privatización de los bienes públicos, la democratización de la deuda pública (endeudamiento del Estado) toda una estructura (y súper estructura) construida para favorecer a las élites en detrimento de la sociedad, basada en la figura del héroe, mesías, caudillo o líder que vendrá a salvar al pueblo sufrido de la corrupción y la maldad. El resultado es una sociedad infantilizada, incapaz de pensar por sí misma, fácil presa de la manipulación mediática, religiosa, o incluso, amenazada por la patronal si intenta autodeterminarse así misma.
La criminalización de la sociedad es una tendencia tanto de gobiernos emanados de la derecha, como de aquellos surgidos de la izquierda. En el primer caso, lo estamos sufriendo en Chihuahua desde los primeros gobiernos del PAN en la década del ochenta del siglo pasado (Francisco Barrio como presidente municipal de Juárez y luego como gobernador; luego los gobiernos del PRI en alternancia con Patricio Martínez, Reyes Baeza y César Duarte y, a nivel nacional, también en la alternancia PRI-PAN con Salinas, Fox, Calderón y Peña Nieto) en una constante violencia e inseguridad pública coincidente con la creación de entidades policiales (por ejemplo, la Policía Federal de Fox) y políticas como la “guerra contra el narco” calderonista, con injerencia, claro está, del imperialismo de Estados Unidos (Iniciativa Mérida) que no han traído otra cosa más que desapariciones forzadas por decenas de miles, juvenicidio, feminicidio y una constante de asesinatos a ecologistas, derecho humanistas y periodistas. La actual 4T (Cuarta Transformación) de López Obrador con su Guardia Nacional, si bien no ha sido tan atroz como sus antecesoras, sí se han visto muy mal ante la opinión pública con su trato al Cártel de Sinaloa, el mal manejo del conflicto del agua en Chihuahua y, sin duda, serviles hacia los EEUU en su política anti inmigrante con las y los hermanos latinoamericanos y en su paso por este país hacia el imperio. El respeto a los derechos humanos sigue estando ausente.
¿Por qué no ha habido una protesta ciudadana amplia e incluyente ante el manejo gubernamental de la pandemia de Covid-19? Tal vez por que, estando la sociedad tan acostumbrada a la barbarie de la violencia cotidiana (incluida la económica) se ha acostumbrado también a la supervivencia y se ha vuelto más temerosa y egoísta, justo lo que quieren los grupos de poder económico-políticos. Por eso para la mayoría de las y los chihuahuenses, particularmente las y los residentes de Juárez, las elecciones no son opción, sino continuación del régimen. Pero si las “elecciones” y los partidos no son la respuesta, ¿qué sí lo es?
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