jueves, 6 de septiembre de 2012

La policía tiene miedo




La siguiente es una crónica basada en la observación de la actitud de la policía municipal de Ciudad Juárez en un día cualquiera, reflejo de la realidad cotidiana  que enfrentan las y los juarenses.

El miércoles 5 de septiembre del año en curso, acompañé a Vicky a un citatorio con un juez de barandilla en la Estación Universidad para conciliar un conflicto vecinal con la dueña de un perro Akita que tiene asolado al fraccionamiento cada vez que se le escapa de su casa y ha atacado por igual a humanos (incluyendo a Vicky y a una niña) perros y gatos (también debe la vida de mi gatita Blue). La última vez, el jueves pasado, volvió a salirse y ahora mordió a Hermes, el perro de Vicky. La cerrazón de la vecina y las amenazas de uno de sus familiares nos hizo llamar a la policía, pero cuando llegaron (con una hora de retraso) ya los vecinos se habían ido. Por recomendación de los mismos agentes, fuimos a poner una denuncia civil ante la sinrazón de los dueños del perro.

La cita fue a las doce del día. Nos estacionamos en la Junta Municipal de Agua contigua, pues la estación de policía no cuenta con estacionamiento (¿qué no hay una ley que reglamenta eso?). Como la vez anterior, cuando se puso la denuncia, el policía de la entrada solamente nos preguntó el motivo de la visita, bajo esa lógica íbamos a pasar, pero la policía de guardia en esta ocasión sólo dejó entrar a Vicky, previa entrega de una identificación y además nos regañó por “desconocer” la entrada principal (la “entrada” está acordonada con cinta amarilla y para “adivinarla” solamente hay un estrecho espacio contiguo a una caseta en una banqueta en ruinas).

Por la hora y el calor, crucé la calle hacia la cuadra de enfrente para alcanzar un poco de sombra mientras esperaba el desenlace del citatorio, pues además estaba lleno de gente alrededor de la “entrada principal”. Ya del otro lado tuve la oportunidad de platicar con un hombre humilde, un anciano al que había confundido con el parquero; me decía que estaba esperando visitar a su nieto de quince años detenido por una unidad policiaca cuando iba a un mandado; simplemente se lo llevaron y él no alcanzó a los agentes para abogar por su nieto. Tenía ahí más de una hora, pues a su nieto lo andaban paseando en la unidad y hacía apenas poco que lo habían remitido a los separos. Desconsolado, se quejaba del abuso policiaco. Después de un buen rato, por fin lo dejaron pasar.

Mientras seguía esperando a Vicky, un carro con placas vencidas se estacionó exactamente en la curva para dar vuelta en la calle donde se encuentra la estación policiaca, donde se dificulta el tráfico; descendió un hombre joven con lentes oscuros y actitud prepotente, saludó a unos agentes cuyas unidades estaban estacionadas en doble fila y entró en la estación; poco después salió caminando de forma curiosa con las manos en las bolsillos de su amplio shorts; era evidente que en uno de sus bolsillos cargaba una pistola, ¿una escuadra, tal vez? Se entretuvo un poco haciendo no sé qué, con la puerta abierta de su carro hacia la calle y luego se marchó.

Tiempo después, por la arteria de la curva antes mencionada, arribó una camioneta negra sin placas y vidrios polarizados; luego dio un giro de 180 grados para quedar enfrente de la estación; al principio me asusté un poco, pero rápidamente del lado del copiloto descendió un hombre de pelo casi a rape con una mochila y se dirigió hacia las oficinas; ninguno de los agentes se sorprendió, supongo que era un agente que entraba a su turno laboral. Me quedo con la duda de saber si solamente los policías pueden andar en las calles con vehículos particulares con placas vencidas o sin ellas.

Después uno de los agentes cuyas camionetas estaban estacionadas en doble fila se dirigió hacia mí. Muy amablemente me preguntó qué hacía y me pidió una identificación; al preguntarle el porqué de su atrevimiento, pues yo no estaba molestando a nadie, me decía que por “seguridad” policiaca, pues han sufrido atentados y “simplemente” quería estar seguro de mi presencia ahí (es decir, tenía miedo de que fuera yo un “halcón” o sicario) “¿y a mí quién me protege de ustedes?”, le pregunté, “no todos los policías son malos” me contestó, mientras seguía interrogándome (es obvio que no saben distinguir entre sospechosos y ciudadanos comunes y yo no le inspiraba confianza) al último le dije que me daba tristeza el comportamiento de la policía, que sin criterio nos tratan a todos como delincuentes por igual.

Mientras todo esto ocurría (alrededor de unos cincuenta minutos de mi espera) no dejaban de pasar unidades policiacas con detenidos levantados de la calle, expuestos al sol y esposados, exhibidos como verdaderos criminales, ¿también les piden cuota de detenidos a los policías, como lo hacen con los agentes de tránsito y las infracciones? Finalmente Vicky salió y afortunadamente la vecina cambió de actitud y se comprometió regalar a su perro asesino. Ojalá lo cumpla.

Un punto a favor de la policía: una anciana trataba de cruzar la calle precisamente por donde está la banqueta destruida y un agente rápidamente se dispuso a ayudarla.  


*Hago responsable a Julián Leyzaola de lo que pueda pasarle a mi familia o a mí, pues el agente que me pidió la identificación leyó detenidamente mis datos y la desconfianza es mutua.          

  

1 comentario:

Unknown dijo...

Pues por mi parte la desconfianza no solo es mutua jejeje, sino permanente. Cuando veo venir una patrulla o policía hacia mi, me imagino todo menos que será para algo bueno, y no exagero.

La policía...ese gran brazo del poder, que es el poder en si, pero sin cerebro.

Saludos y me llevo tu artículo.