Salvador Dalí, Niño geopolítico observando el nacimiento del hombre nuevo
La Navidad no es un cuento
Carlos Murillo González
Ciudad Cárcel, Chihuahua, diciembre del 2015
Vivo en una sociedad enferma y sufro de maldad. La enfermedad se
llama enajenación, pero también se le conoce como ansiedad, miedo, estrés, ira,
depresión, neurosis, egoísmo, adicción, competencia, y en conjunto, se compacta
como maldad. La sociedad no es mala, está
mala, enferma.
Esta sociedad vive de cuentos, de ensueños y fantasías; vive
dormida; piensa que piensa y hasta se siente perfecta, superior a todos los
seres vivos. Se engaña a sí misma para vivir “bien”. Se inventa historias,
gobiernos y religiones; unos le sirven para castigarse, otros, para sentirse
mejor. No sabe o no quiere salir de ese carácter infantil donde no se asumen
responsabilidades y todo se lo deja a dios, a un héroe o a un tirano; a seres
imaginarios o sanguinarios líderes; también a acciones y sustancias para
sustraerse de la llamada “realidad”.
Sufrimiento
y dolor no son lo mismo
La paradoja de la sociedad moderna es su materialismo banal. Entre
más se tiene, más aislamiento y soledad; entre menos se comparte, más
desconfianza y menos empatía por los demás; cuanto más se sabe, mucha confusión
y poca sabiduría. El embrión de la autodestrucción encuentra tierra fértil en
la actitud hostil egocéntrica de un humano olvidado de sí mismo, sumido en el
cuento del poder, la fuerza y la violencia. No sólo se causa daño a su
existencia, también al planeta, a sus ancestros y a quienes todavía no nacen.
Sufrir está en la mente, el dolor, en el cuerpo. La cultura
patriarcal, guerrera y capitalista, es generadora de ambos. En las calles se ve
más gente sufriendo que gente feliz, pero muchos de los “felices” disfrutan de
una alegría cimentada en el abuso a los demás y muchos de quienes sufren,
anhelan esa felicidad contaminada. El dolor puede ser erradicado con medicina;
mejor aún, con la energía de la mente. El sufrir es más complicado, pues surge
de las creencias, de la cultura (superestructura) se manifiesta en la sociedad
y en las personas (estructura) reforzándose en una dialéctica alienada,
reproduciendo un ambiente enfermo, tóxico.
La
Navidad como cuento
¿Qué es la Navidad?, ¿un
invento cristiano? Todos los cuentos, las leyendas y relatos, contienen
enseñanza según la intención del autor(a) y el natalicio de un dios, por lo
tanto, implica un anecdotario que ejemplifique y justifique la tradición que
intenta crear o mantener. El nacimiento de Jesús, llamado El Cristo, cabe
definitivamente en esta lógica.
Si de por sí, el mito de la Navidad expone un relato ficticio,
pero universal (repetido en otras religiones) su impacto e influencia
escasamente sirve para mantener la sumisa identidad cristiana y el consumismo
mercantilista con el cual hace sinergia.
La época navideña es contradictoriamente, el tiempo donde sale lo peor
del cristianismo: el egoísmo se acentúa y, si acaso, se muestra alguna
amabilidad hipócrita disfrazada de caridad. Para el/la verdadero cristiano
Navidad es todos los días; para el resto, vacaciones, excesos y algo de bondad.
La
religión no tiene templo ni líderes
La religión la hacen las gentes y no los papas ni sus jerarcas.
Religión viene del latín religare y
significa estar conectado con la vida y el universo. En verdad muchos que
presumen religiosidad es de lo que más carecen. Ni por error imitan al Cristo,
prefiriendo con creces, adorar al rico y al poderoso. En su enfermedad, en su maldad, hacen sufrir al débil y matan
al niño-dios dañándose a ellos mismos; no se realizan como personas, pero
impiden a la sociedad su armonía y paz.
El fracaso de religiones como el cristianismo, el Islam o el
judaísmo, se explica muy bien en la era de la posmodernidad, pues son meros
metarrelatos; nada más que ofertas en el mercado de las creencias para un
consumidor cada día más inconsciente y enajenado; un disfraz para la
supervivencia en la jungla de la rivalidad. Da igual pertenecer o no a
cualquier rito o sólo usarlos/practicarlos eventualmente. Desde hace siglos los
dogmas son parte del sistema político-económico de las sociedades humanas para
mantener a raya (hasta donde sea posible) a la mayoría de la gente en beneficio
de una élite.
Navidad igual a renacer
Lo que no pueden matar las religiones institucionalizadas es el
deseo de realización de las personas. El
cristianismo capitalista no ha podido pese a sus esfuerzos, dominar la voluntad
de libertad y el deseo de emancipación humana. La Navidad aplicada a esta
sociedad hedonista y enferma significa renacer, hacerse de nuevo eliminando lo
que no sirve. Ser para el mundo y no servirse del mundo está en la base de
todas las religiones, filosofías y creencias.
Con esta idea de religiosidad como sinónimo de conexión con la
gente, quiero desearnos personal y socialmente, que nos aliviemos de tanta
maldad para ya no vernos como enemigos ni competidores; para recordarnos con
simpatía por las azarosas vidas de nuestra generación; y para olvidarnos de
nuestros descalabros y celos con que nos hemos hecho daño mutuamente. Todos tenemos
derecho a realizarnos y perdonarnos en lo
individual y en lo colectivo.
Que la Navidad sea pues, el momento de renovarnos para bien.