Lo peor que un príncipe puede esperar
de un pueblo que no lo ame
es el ser abandonado por él.
Nicolás Maquiavelo
A poco más de un mes de consumido el megafraude electoral,
la vida cotidiana juarense se apresura a regresar a la realidad priista de Estado policiaco (esa que asusta tanto
a las y los chilangos) utilizando el terrorismo
de Estado para seguir abusando de una sociedad enajenada, empobrecida
política y económicamente.
En esta ciudad donde “no pasa nada” y “los homicidios van
disminuyendo”, donde “hay que hablar bien de Juárez”, el priismo local se
apresura a consolidar cotos de poder, como en la Universidad Autónoma de Ciudad
Juárez, donde un hermano del gobernador del estado compite por el puesto de
rector. Más preocupante aún, el congreso del Estado está cocinando una reforma
constitucional estatal para aumentar a cuatro años los periodos de presidentes
municipales y diputados(as) claro, sin consulta pública de por medio. El PRI es
mayoría en el congreso, ¿mayoriteo?, ¿por qué no? Sería justificado como “democrático”.
Esta normalidad también incluye el acoso policiaco a la
ciudadanía, es decir, una posición de abuso policiaco contra la sociedad
juarense que mantiene la atmósfera de miedo sin la cual no podrían “gobernar”
las actuales “autoridades”. ¿A quién denunciar cuando es la policía la
transgresora de la ley?, ¿a Derechos Humanos? JA, JA, JA.
Hay más de un motivo de desconfianza hacia el gobierno cuando
trata a las y los ciudadanos como súbditos. En el caso de Juárez, es menester guardar
las apariencias mientras se termina de instalar un Estado de excepción
permanente como modelo de vida. La ciudad no se ha recuperado ni económica ni
psicológicamente; pero ahora la violencia sórdida se expande hacia un proceso
de despoblamiento y destrucción de Juárez a favor de Gerónimo y Guadalupe (¿dos
nuevas ciudades?). Todo bajo cobijo priista y a favor de un modelo neoliberal
de “desarrollo”.
Pero la vulnerabilidad del PRI se encuentra en sus propias
filas y es irremediable.
Las torpezas del actuar de la actual administración municipal
del tristemente célebre Héctor “Teto” Murguía, un priista populista neoliberal al
estilo Enrique Peña Nieto, lo han confrontado rápidamente con las y los
juarenses en dos situaciones distintas: la primera, con el rumor de la próxima
desaparición de un antiguo restorán, “La nueva central”, so pretexto de la “remodelación” del centro
histórico (proyecto desconocido por la ciudadanía) creándose una manifestación
inmediata en contra de la demolición de ese edificio (curiosamente, otras
protestas locales, contra el feminicidio o la violencia en el Valle y Lomas de
Poleo, por ejemplo, no generan tantas simpatías, ¿será síntoma de nuestra
enajenación?).
Luego, como no conforme, o tal vez no sabiendo cómo actuar
de otra manera, otro evento penoso de parte del municipio, el decomiso de
mercancía de un evento ya tradicional y familiar (de esos que les gusta tanto a
la “gente de buenas costumbres”) llamado “Arte en el parque” utilizando lo que
según testigos, fue un excesivo operativo policiaco. Las críticas de la
sociedad no se hicieron esperar. Al PRI le funcionó muy bien la veda electoral,
pues la sociedad descansó del protagonismo del Teto y el gober (con la excepción de Leyzaola) pero ya se les ve ansiosos de
seguir mostrando sus flaquezas.
Hablando del temible por terrible, jefe de la policía
municipal de Ciudad Juárez, Julián Leyzaola, hoy es prácticamente un secretario de gobierno adjunto que se encarga de hacer el trabajo
sucio del municipio: recabar impuestos violentando a la ciudadanía. El poder
que adquiere esta persona crece al igual que su negra leyenda; sin ley,
Leyzaola es una especie de brazo armado del Estado local, el municipio. En él
descansa la “paz” de Juárez, la “armonía” del buen gobierno. Nadie se salva de
Leyzaola: periodistas, activistas, jóvenes, mujeres, ong´s, trasnochados,
desmadrugados, desempleados(as) nadie. De los malandros, “se matan entre
ellos” dice Leyzaola, queriéndonos decir a la sociedad “civilizada” que de la
gente buena se encarga él; por los demás, no responde.
Este es el PRI reloaded,
en decadencia y sumergido en sus propias heces, la adicción total al poder. El
laberinto de la enajenación los hace cada vez más cínicos, más obvios. El PRI
que conocemos es un artefacto putrefacto del siglo XX, anacrónico; un cáncer
que se debe extirpar si se desea vivir sanamente.
Las y los juarenses somos un engendro del PRI nacionalista y
neoliberal: prole silvestre del patriarcado postrevolucionario y
proestadounidese a favor del valemadrismo. Vivimos por décadas en este desierto
de ciudad maquiladora sin parques, sin teatros, sin luz; con pavimento
insuficiente, con educación deficiente; en barrios bravos, en fraccionamientos
enrejados; acostumbrados a la transa y el soborno, a la mediocridad; a añorar
cruzar al Chuco, Teczas, y dejar la
pobreza, la ignorancia, lograr el ascenso económico, de clase.
Hoy ese engendro está mutando, la sociedad anónima.
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