domingo, 30 de octubre de 2022

¿Cómo te gustaría morir?

 






Cómo te gustaría morir
Carlos Murillo González

Para Alberto Domínguez  
In memoriam 
Ad pugnatoris in veritae



La muerte es uno de esos temas, de esos asuntos que la mayoría de las personas huyen, pero es inevitable. Miedo a la vida, miedo a la muerte; vivimos y morimos constantemente. un día más de vida es un día menos de vida; dialéctica de la existencia. La celebración de la muerte no es exclusiva de México y sin embargo, es algo causante de temor y asombro a la vez.

La existencia es absorbente. La supervivencia ocupa buena parte de nuestra vida, seas rico o seas pobre, sobre todo el último. Los “seguros de vida” en realidad son seguros de muerte, pero si se llamaran como tal, no se venderían. Muchas personas viven “muertas en vida” sin expectativas, deambulando de aquí para allá, con tristeza o depresión; otras son “tumbas blanquedas”, parafraseando a Jesús, el cristo, limpias por fuera, pero llenas de inmundicia por dentro. Las noticias, sin tragedias ni muertes, tampoco venderían. Dice Ikram Antaki que quien no tiene nada por que morir, no tiene nada por que vivir.  Vivimos y morimos al mismo tiempo, constantemente, en un largo presente con pasado y futuro.

Morir de amor

Una de las formas más clichés y románticas de concebir la muerte es a través del amor. Pero generalmente es una interpretación barata de Romeo y Julieta: un amor de pareja imposible de realizar con latente resultado fatal. Es una amor banal, superficial, inmaduro; propio de las canciones populares limitadas a una sola forma de amar, definiendo la vida como la inseguridad de sentirse amado(a). El amor al dinero y al poder, en su generación viciosa y adictiva, provoca guerras y catástrofes, muertes injustas y desprevenidas. El amor a la patria a dios u otras ideologías, también causan muerte a granel, a veces sin necesidad, aunque la convicción de morir por algo abstracto sea sublime.  

Morir de viejo(a)

Como una meta en la vida, morir de vejez es una expectativa entrañable: el descanso justo, la misión cumplida; no todos(as) llegan a una edad avanzada, menos con excelente salud, pero sí llenos de anécdotas y experiencias. La vejez es como un premio para quienes logran sortear los mil y un obstáculos de la vida, lo cual no es fácil. Se espera que el viejo muera al último, algo así como la ley de la vida, cosa incierta pues no es lo lógico, sino lo deseable. La muerte es la recompensa de la gente longeva, un mérito en sí mismo. Las sociedades veneran lo antiguo, pero no lo viejo; el carácter de respeto relacionado con la tercera edad no es igual en todo el mundo. Para el Occidente y los países capitalistas es una carga, un peso muerto apestoso y del cual hay que deshacerse, pues ya no produce, produjo (ya no es explotable). Morir de vejez no es necesariamente morir con dignidad.   

La pena de muerte

La pena capital es una práctica bárbara todavía presente en Estados que se dicen “democráticos” (EEUU) o “socialistas” (China). La vida no vale nada, dice José Alfredo Jiménez, pero más bien, hay vidas desvaloradas, como las anónimas que aparecen en los diarios amarillistas, como El Diario de Juárez, provocadas por la inseguridad y la violencia, cuya importancia no supera la nota roja por su condición de clase; pesa más la nota que la dignidad humana. Hay penas de muerte no dictadas por el sistema de justicia, sino por motivos políticos, económicos, religiosos, egoístas, avariciosos; una forma de ejercer el poder contra las masas de pobres, las y los inconformes; los luchadores sociales. La muerte como castigo a las y los criminales, a las y los disidentes políticos, a las y los diferentes por sus creencias, orientación sexual o etnicidad. La pena de muerte es una pena de vergüenza, de salvajismo y terror.     

Quitarse la vida

El suicidio sigue siendo un tema polémico, sobre todo desde la perspectiva moral religiosa por que es como jugar a ser dios. No importando la situación ni el contexto, quien se quita la vida se le considera un(a) cobarde, una persona egoísta. Por supuesto que la madre, padre, hermano(a) o amigo(a) que da su vida por amor, poniéndose en el lugar del otro, también comete suicidio: uno de incalculable valor, casi instintivo. La depresión, las enfermedades incurables y dolorosas, crónicas, las tristezas muy grandes y las desilusiones provocan un desencanto con la vida, un martirio vivir. La eutanasia se abre paso ante y contra los fanáticos religiosos, como un alivio para quienes vivir se volvió una tortura. El autosacrificio sigue un camino de incomprensión popular, de vulgar hipocresía de la chusma incapaz de comprender la vida, menos la muerte. 

Morir en paz

Vivir de acuerdo a las propias convicciones, sin manipulación, emancipado(a) de deseos incumplidos o sentirse realizado en la vida son motivos para morir en paz. También lo es para quienes luchan por causas justas aun si la vida o la sociedad les paga con desprecio y desventura. Dicen los alemanes que la mejor almohada es una consciencia tranquila y esto aplica muy bien para quienes han hecho de su vida una plataforma consciente de las necesidades propias y ajenas, de su capacidad y talento limitado; de haber hecho y no imaginado, a pesar de la derrota, a pesar de la violencia, de la enfermedad y a pesar de la muerte. Una vida que merece vivirse es una vida para morir en paz.
 

¡Beto Domínguez!
¡Presente!




miércoles, 21 de septiembre de 2022

jueves, 9 de junio de 2022

Depresión y vergüenza

 



Depresión y vergüenza
Carlos Murillo González

La depresión es una de las enfermedades más incomprendidas y menospreciada por la sociedad; como si fuera un tema tabú, se evita hablar de ello y, se prefiere callar cuando se sufre este malestar. Es mal visto estar triste, sin deseos de hacer nada o de vivir, tomándose como una mala actitud, infantilismo, falta de coraje o cobardía entre otros discursos más odiosos y peor intencionados.

A diferencia de la apertura a la diversidad sexual, la identidad de género o el consumo de mariguana, si bien no son totalmente aceptadas, por lo menos están en el debate de la opinión pública, aunque siga habiendo gays y mariguanos de closet, la depresión todavía sigue siendo y con mucho un tema satanizado pese a la enorme cantidad de afectades y su relación con los suicidios. Es imposible presentarse a un trabajo y revelar que se es depresivo funcional o que se ha vivido episodios de depresión en el pasado; simplemente no te contratan. Sin embargo, es una enfermedad que afecta a millones de personas en el mundo.

Hay pues una franca exclusión y estigmatización social hacia la persona deprimida de una forma verdaderamente mezquina, por que está basada en la ignorancia y alentada por creencias de la derecha basadas en la religión (hay que sufrir para merecer para el caso del cristianismo católico) en el capitalismo voraz (sólo se contrata gente sana o son pretextos para no trabajar)  en la familia y amistades (échale ganas) agregando al padecimiento una carga extraordinaria de odio y señalamientos a quien(es) no pueden (o quieren, según esta lógica) ser “felices”, proactivos, animosos, alegres, etcétera.

Este entorno hostil descarga más pesadez a la persona afectada, haciéndola doble víctima: de la enfermedad misma y del prejuicio social. Por eso muchos(as) llevan en silencio el malestar o, incluso, lo rechazan. También está el desconocimiento en sí, cuando la persona no sabe por que llora de repente; por qué le dan ataques de ira o por qué sólo con el alcohol u otras drogas puede estar contenta, asumiendo que es una cuestión personal, negándola; rehusándose a buscar o recibir ayuda. Como no tiene manifestaciones físicas, la gente siente más empatía hacia una persona con cáncer, por ejemplo (aunque también las y los pacientes con cáncer se deprimen) que por alguien con depresión.  

Pero y qué provoca la depresión (¿?) 

Hay varios factores para la depresión: herencia genética; pérdida de un ser querido; una situación de violencia, guerra o crisis económica; por enfermedad o por sufrir un evento traumático. Hay depresiones temporales y pasajeras y las hay crónicas y de larga duración. Un ambiente egoísta, competitivo, clasista, jerárquico, patriarcal y con pocas posibilidades de movilidad social, como el que ofrece el sistema capitalista, son generadores de angustia, ansiedad y depresión. En otras palabras, las condiciones para desarrollar enfermedades mentales son propicias dentro del capitalismo, sobre todo en las grandes ciudades.




Para quien ignora o no ha tenido episodios depresivos, la depresión es como vomitar: mientras vomitas, todo el tiempo estás queriendo que ya termine; luego, cuando parece que ya se detuvo, viene otra ola de vómito y otra, hasta que finalmente no hay nada que vomitar y terminas exhausto. Pero a diferencia de quien pasa por el vómito, pues puede sentir alivio y empezar su recuperación, el de depresión quedará un largo rato desorientado(a) estancado, antes de empezar siquiera a sentir alivio o recuperarse. 

Una asesina silenciosa

La depresión no es nueva, sólo que antes se le llamaba de otra forma, como melancolía, en su nombre más amable o hipocondría, en el más despectivo. Es con la entrada de la ciencia médica y la psiquiatría en particular, cuando se ha empezado a entender y explicar síntomas, desarrollando medicamentos apropiados para atenderla. Así se ha pasado de tratamientos naturales, como la Hierba de San Juan, a diferentes tipos de antidepresivos, como los inhibidores de la monoaminoxidasa (IMAO´s) con muchos efectos secundarios, a los inhibidores selectivos de la recaptura de serotonina, mucho más amigables, saliendo al mercado cada vez antidepresivos más específicos, rápidos o seguros, teniendo como único obstáculo el precio, pues suelen ser muy caros y las terapias largas (de meses a años de tratamiento).

Claro que no toda depresión es igual. No es lo mismo tener depresión leve, moderada o grave; tener depresión con ansiedad, ser maniaco-depresivo o la depresión postparto. También debe considerarse la atención médica y psicológica, el apoyo de familia y amistades; la disponibilidad de centros de hospitalización, como también grupos de apoyo y/o terapia de grupo.  La depresión no respeta edad, sexo ni condición social. Es una de las enfermedades, junto con la diabetes y el cáncer, de mayor presencia y avance en el mundo. Es un padecimiento común, pero invisible.

Vergüenza

Después de hacer este breve recorrido sobre la depresión, si el lector(a) sigue teniendo prejuicios y señalamientos hacia quienes padecen esta enfermedad para hacerlos sentir mal, entonces quien tiene que sentir vergüenza es usted. Nadie está exento de deprimirse; sentirse fuerte no significa negar el sufrimiento o el llanto propio o sentirse superior por que no se quiere ser empático(a) ni solidario(a) con quien lo padece. Nadie tiene derecho a juzgar el sufrimiento de los demás por que no ha padecido depresión; sobre todo por que nadie sabe si puede ser el siguiente.


Cuando alguien ha perdido el entusiasmo por vivir, ya no disfruta lo que antes le hacía feliz o simplemente está pasando por un mal momento en su vida, lo menos que necesita es el consejo baladí, la mirada inquisidora, el regaño enfadoso o la indiferencia invisibilizadora; más bien se requiere la palabra de aliento, el acompañamiento moral y sobre todo, el respeto a la persona, si no se pueden dar muestras de amor.