jueves, 24 de diciembre de 2009

Volver a nacer



New Day Rising
Husker Du

La humildad es algo que se nos olvida a diario. La vemos en la calle, en los otros, incluso en nosotros mismos, pero no la valoramos por su misma condición. El nacimiento humano es un acto de humildad: nacemos violentamente, desnudos, vulnerables, incapaces de sobrevivir por nosotros mismos sin ayuda de alguien más.



Buscando la gloria, el éxito, el reconocimiento y prestigio, nos perdemos en los laberintos sin salida que ofrece la vida contemporánea; negados para la bondad, fingimos ofrecerla pretendiendo ser buenos, justos y demás; la realidad salta a cada paso, pero vemos lo que queremos ver y pretendemos lo que queremos ser ante los demás.


La sociedad de las apariencias finge prosperidad mientras persiste el hambre en la pobreza de mente, de cuerpo y de espíritu. El hambre de reconocimiento es más grande que el ardor del hambre real; ¡Ey, aquí estoy! ¡Existo!, no soy parte del paisaje, ¡existo! La soledad de la individualidad se presenta en forma de aislamiento, en el miedo a quedarse solo(a) a ser ignorado, invisibilizado, excluido.

Pero, ¿quién puede estar solo en medio de la multitud? La ironía de la vida moderna, posmoderna, capitalista y neoliberal es que entre más cosas materiales tienes, menos feliz eres; entre más respeto, admiración y miedo generas, menos seguro estás; entre más desconfianza te inspiran los demás, menos confianza inspiras en los demás; entre más quieres ser único, original, menos los eres y te pareces a los demás.

Volver a nacer. Cada día representa simbólicamente el ciclo de la vida. Despertamos, desarrollamos, dormimos (nacer, vivir, morir). Todos los días son posibilidad de algo, por que nada está escrito, la diferencia estriba en si somos gente de rutinas o no; si reinventamos cada día o no; si hacemos dialéctica conscientemente (si enfrentamos los retos, problemas y conflictos diarios) o pasamos de largo sin notarlos.

Cerdo de Navidad. En las afueras de  Ciudad Juárez, hacia el sur de la carretera que va a Casas Grandes, rumbo al poniente, en los terrenos pseudourbanos organizados como granjas y ranchos, las fiestas navideñas advierten su significado colectivo a manera de comunidad tradicional: se organizan los vecinos para matar un marrano y compartirlo el 24. No faltarán las cervezas (eso es de ley) y la división sexual del trabajo: las mujeres a la cocina y los niños; los hombres al marrano y la borrachera, mientras los perros y gallinas comerán de las sobras que caigan despistadamente; ya entrada la noche cada quien regresará a sus respectivas realidades.

Fresas de Navidad. En una casa verdaderamente acogedora, con arbolote navideño natural desechable (de esos que se cortan y tiran cada año) repleto de regalos, con musiquita ambiental de villancicos en inglés y decoración afín, es el espacio ideal para las posadas; ya desde antes los invitados han empezado a mostrar sus regalos prenavideños o su deseo de regalarse o que les regalen el último Blackberry, la Mac profesional, el viaje de fin de año a Las Vegas; pero también aquí hay comunidad: alguien a traído el tequila, alguien más el chocoflan; alguien más (una chava) se tomó la molestia de regalar paletitas de chocolate con figuras de Santa Clos.   

El frío viene y se va.