viernes, 11 de septiembre de 2009

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La sociología y el arte se llevan bien

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Este es un evento gratuito y para ambos géneros

Militarización en Ciudad Juárez

El contexto de la militarización
Desde el inicio de la presente administración de Felipe Calderón Hinojosa, el empleo del ejército para actividades de vigilancia policiaca, so pretexto de la “guerra contra el narcotráfico” es una bandera política que juega en perjuicio de la sociedad, cuyo fin aparentemente es sanear la corrupción policiaca y de gobierno en aquellas entidades sospechosas de mantener nexos con el narco, sobre todo en aquellas gobernadas por la oposición.
Esta militarización de las calles contraviene las garantías otorgadas por la Constitución, pues viola los artículos 11 (derecho de tránsito sin necesidad de mostrar identificación o salvoconducto) 14 (en este caso el ejército se guarda el derecho de secuestrar sin necesidad de juicio) 16, la gente está siendo molestada en la calle y a domicilio; 22, pues se han reportado casos de tortura por parte del ejército y 29, puesto que el Ejecutivo no convocó, mucho menos acordó con ninguna otra institución del Estado (Secretarías, Congreso de la Unión, Procuraduría General de la República) para llevar a cabo el ejercicio militar con la suspensión de garantías descritas anteriormente.
Se considera la militarización del país como una acción política de legitimación del actual régimen para minimizar el fraude electoral del que surge en el 2006 y para desviar la atención tanto de ese hecho, como para disminuir el fracaso en materia económica, laboral y social así como de desalentar o reprimir a movimientos de la sociedad. La campaña contra las drogas, complementaria a la militarización, adolece de estrategias para disminuir el poder del narcotráfico, dejando principalmente en manos del ejército dicha responsabilidad, con poco o nulo beneficios sociales (campañas educativas) de salud pública (atención a usuarios) o incluso jurídicos (legalización o despenalización de las drogas).
Criminalización de la sociedad y de la protesta social
Este tipo de acciones, totalmente antidemocráticas y al margen de la ley han logrado someter bajo un régimen de tendencias fascistas la proliferación del miedo en la población (terrorismo de Estado) considerando además a la sociedad en todo momento como sospechosa de los males que la aquejan, manteniendo en jaque las garantías constitucionales y violando los derechos humanos de facto de manera reiterada y en complicidad con los tres niveles de gobierno (federal, estatal y municipal).
La criminalización social se extiende particularmente hacia grupos y personas contrarias o críticas al régimen. Desde el 2008 se registra un aumento de hostigamientos y persecuciones a miembros de organizaciones anarquistas y zapatistas (Kasa de Kultura, La Otra Campaña) detenciones arbitrarias a activistas (Cipriana Jurado) o asesinatos como el del líder campesino Armando Villarreal Marta o el de Géminis Ochoa, líder de comerciantes del centro de Juárez. Este tipo de acciones recuerdan el pasado inmediato de este país, cuando en la época de la guerra sucia se desaparecía o ejecutaba a las personas consideradas enemigas del régimen. Por los nulos resultados de la guerra contra el narco, aunados a la crisis de credibilidad en que están desde hace tiempo hundidas las instituciones gubernamentales y la clase política en general, además del panorama negativo en materia económica (neoliberalismo y desempleo) la presente estrategia de la guerra contra el crimen organizado va encauzada a mantener el orden, más que verdaderamente encontrar soluciones al problema del narco.
Peligros de la militarización
Por lo anterior es importante señalar los peligros de la militarización en la lógica en que hemos elaborado este análisis; la desconfianza entre sociedad y gobierno es mutua. Esto hace que más que una relación de cooperación para llegar a soluciones a los graves problemas del país, como la corrupción ligada al narcotráfico, se convierta en una relación de sometimiento de la sociedad a las autoridades, acción difícil de conseguir dadas las condiciones económicas y políticas imperantes, de ahí la urgencia y contradicción de mantener un orden castrense como recurso de estabilidad nacional y en respuesta a las demandas de seguridad pública.
Uno de los principales peligros de mantener el ejército en las calles, es mantener el ejército en las calles. El protagonismo creciente de la milicia es un mal síntoma, no sólo es sinónimo de la debilidad y falta de cohesión y coerción de las instituciones civiles (policía y jueces) sino también del nivel de corrupción gubernamental y de la falta de gobernabilidad del régimen. Si las actuales condiciones de ingobernabilidad no cambian, si la estrategia de los operativos contra el narco falla y si a consecuencia sigue desprestigiándose en caída el ejército, existe la posibilidad de un resurgimiento del poder militar como una fuerza que busque compensar lo que los gobiernos civiles han dejado de hacer.
Otro grave problema más inmediato, es la violación al Estado de derecho, el Estado de excepción que se vive ya en entidades como Chihuahua y en Ciudad Juárez. El ejército tiene funciones muy específicas y entre ellas no está la suplantación de las tareas policiales civiles; el ejército está entrenado para matar, para proteger al país de ataques bélicos, no para reprimir o atemorizar a la población. Las cientos de denuncias hacia los militares por violaciones a los derechos humanos se multiplican a partir de su presencia en las calles, desde accidentes de tránsito hasta amenazas, golpes, desapariciones, invasión ilegal de domicilios, retenes, revisiones y asesinatos.
El gobierno calderonista somete a la sociedad mexicana a un régimen policiaco en la figura del ejército y la policía federal preventiva (PFP) bajo el esquema del combate contra las drogas y con la presión de Estados Unidos de implementar el Plan Mérida, un nuevo intento de esa nación para tener mayor control sobre el país. Este proceso de militarización con influencia norteamericana, conocido también como colombianización, por sus similitudes con el país sudamericano, permiten entrever el camino que seguirá el país: paramilitarización, corrupción, pérdida de autonomía e independencia, limitaciones y violaciones a las garantías constitucionales, así como un incremento considerable de asesinatos, crímenes y delitos relacionados con esta lucha y con las condiciones de depresión económica imperantes por la crisis económica mundial.

Tomado de http://www.arrobajuarez.com

¿Quiénes somos l@s mexican@s?
Carlos Murillo G.
¿A qué le tiras cuando sueñas mexicano?
Chava Flores

¿Alguna vez se ha preguntado por qué somos como somos?, ¿ha reflexionado sobre el pasado, presente y futuro de nuestra cultura?, ¿se identifica usted con las costumbres, hábitos y creencias (valores) de lo mexicano?, ¿considera que lo que hacemos influye en lo que somos o viceversa? Pues bien, este es un ejercicio sociológico para la autorreflexión considerando la urgencia de crear una nueva sociedad mexicana para enfrentar y contrarrestar la debacle económicapolíticasocial de estos tiempos.
Somos lo que comemos. Comemos comidas ricas en grasas, carbohidratos, sodio, bajas en nutrientes, más las nuevas comidas chatarra importadas tipo fastfood (comida rápida) con nuestra contribución excesiva de irritantes, principalmente chiles y salsas picosas. La mala alimentación o excesos producto de este tipo de dietas nos hace propensos a enfermedades como la gastritis, la obesidad o la diabetes y tiene sus efectos en el bajo rendimiento escolar o laboral. Si seguimos por esta ruta alimenticia vamos camino a disminuir la esperanza de vida y salud, atrofiando el gusto y la inteligencia: la continuación de una sociedad enferma y débil.
Somos lo que vemos. Nos mantenemos enajenados viendo mucha televisión, principalmente fútbol y novelas; pero también vemos con morbo los acontecimientos violentos y con envidia el éxito de los demás; observamos con ojos críticos los males del mundo, regularmente sin ir más allá de la crítica; también vemos pasar el mundo sin intervenir en él, vemos sin hacer y vemos sin decir; vemos todo, pero no nos vemos a nosotros mismos, al menos no con esta mirada. En este caso ver significa pasividad, inmovilidad; sólo cuando la tragedia es evidente o la acción irremediable hacemos lo que nos corresponde de acuerdo a lo que vemos, cuando se rompe la cotidianidad.
Somos lo que escuchamos. Y escuchamos lo que queremos oír: que somos chingones y únicos. Escuchamos sin involucrarnos y sin tomar en cuenta la veracidad de lo escuchado a través de los chismes; escuchamos y cantamos canciones de sufrimiento desgarrándonos la vida y dejamos de escuchar cuando habla la consciencia en forma de advertencia o consejo. Escuchamos el cuento fantástico e increíble, la mala noticia o la calamidad y no prestamos atención ni creemos verdades objetivas o soluciones complicadas. La comodidad y el anonimato se relacionan con este tipo de escuchar superficial.
Somos lo que leemos. Y leemos poco y mal. La lectura en general va a la baja y lo que se lee popularmente alimenta el vicio, el chisme y el morbo, no el espíritu de emancipación. Si no hay necesidad de leer, no existe la necesidad de escribir y la acción se vuelve elitista en perjuicio de la sociedad. La lectura que nutre la inteligencia está vedada por falta del hábito de la lectura y está a punto de volverse un objeto y objetivo ajeno a la necesidad de la gente, sólo posible con fines de divertir (sobre todo si trae monitos y/o fotos) haciendo posible la pereza de pensar y la ignorancia, ajena al estímulo de la consciencia.
Somos lo que hacemos. Somos hij@s del ingenioso jale chicano: la solución rápida y audaz de un desperfecto; hacemos del acto de chingar un arte cotidiano y orgullosa “marca de la casa”; buscamos vivir de la tranza, buscando el mejor provecho aun en el “inofensivo” plagio de las ideas, ejercicio poco controlado en las escuelas y universidades; buscamos destacar en nuestras actividades o trabajos a costa de los demás (otra forma de chingar) e importamos modelos de trabajo estresantes y alienantes para entrar o mantenernos vigentes de acuerdo a las exigencias de la modernidad. Hacemos las cosas por gusto o por obligación; regularmente las primeras están relacionadas con el ocio y las segundas con el trabajo. Lo que hacemos nos da identidad y nos dota de orgullo o vergüenza, el resultado del país es irremediablemente lo que hacemos o hemos dejado de hacer.
Somos lo que bebemos. El beber (o tomar) es una actividad muy arraigada en nuestra cultura y la bebida alcohólica es la favorita de generación tras generación de mexican@s y ya no es una escusa exclusiva del machismo, pues va en aumento en mujeres, adolescentes y niños. El exceso de beber se conoce como alcoholismo y en este país los índices de esta enfermedad son altos. Beber no sólo ofusca la capacidad de pensar y actuar, sino que también está relacionada con enfermedades como la depresión: una persona alcohólica es una persona depresiva. La enajenación de beber permite tener una sociedad apendejada y violenta, enferma.
Las descripciones críticas anteriores sólo someten a consideración una pequeña parte de la identidad mexicana más visible y nociva, pero no es una descripción exhaustiva ni mucho menos, tan sólo pretende ser tema para abrir la reflexión y el debate de algo que no se puede negar, pero tampoco seguir dejando pasar como si nada. Otra pregunta obligada es ¿somos lo que deseamos ser?