viernes, 5 de noviembre de 2010

MIEDO A LAS Y LOS ESTUDIANTES

(Tomado de El Diario 05/11/10)

¿Con quién hablar cuando no hay interlocutor? Los acontecimientos en los últimos días en contra de la comunidad estudiantil indican que el Estado mexicano no está dispuesto a dialogar con nadie y menos en materia de seguridad. Como en los viejos tiempos del PRI del siglo XX, hoy está de vuelta el Estado autoritario que prefiere el uso de la fuerza al diálogo u otras alternativas pacíficas, como bien lo indican las estadísticas en tres años de “guerra contra el narco”.

El atentado contra Darío Álvarez , estudiante de sociología, el viernes 29 de octubre, cuando participaba en la XI Kaminata contra la muerte para asistir al Foro Internacional contra la militarización y la violencia “Por una cultura diferente” a llevarse a cabo en las instalaciones del Instituto de Ciencias Biomédicas (ICB) de la UACJ originó una rápida respuesta de las y los universitarios en contra de la violencia, la militarización y en defensa de la autonomía universitaria.

Luego, el martes 2 de noviembre, se convoca a una gran manifestación estudiantil, donde resulta detenida, golpeada y encarcelada la estudiante Alice Arteaga –quien lanzaba consignas contra Felipe Calderón– bajo cargos de ebriedad e insultos a la autoridad. La noche del 3 de noviembre se asesina a un estudiante de odontología de la UACJ junto con otros jóvenes en los departamentos del Fovissste, a unos pasos del ICB.

Desde el inicio de estas nuevas movilizaciones, las y los estudiantes no sólo se han enfrentado al hostigamiento policiaco, sino también al repudio de varios medios informativos que de alguna u otra forma buscan desacreditar la respuesta estudiantil. Asimismo y a pesar de contar con las simpatías de la sociedad juarense, las instituciones públicas han guardado silencio o se han deslindado de las iniciativas estudiantiles. Todo parece indicar una polarización mayúscula entre sociedad y Estado, entre ciudadanía y gobierno; es evidente el reacomodo de las instituciones alrededor del poder y no con la gente. No sólo las y los universitarios se están quedando solos, también la sociedad.

Ciudad Juárez está en una situación de abandono. Conflictuada por nuevas formas de terror, la ciudad experimenta un shock de permanente violencia: militarización, balaceras, noticias amarillistas, desinformación, desempleo, abusos policiacos, violencia intrafamiliar y más en un sinfín de tragedias que se suceden una tras otra sin descanso, obligando a la población a un estrés permanente y adicional al existente, debilitando la moral y exacerbando los ánimos de una sociedad que ya no sabe a dónde voltear para encontrar alivio a esta situación. El genocidio en la ciudad también deja huellas más allá del miedo y la muerte; ahí están las viudas(os) y huérfanos(as) o los sobrevivientes de secuestros, extorsiones, asaltos o atentados, que como Darío, llevarán secuelas en sus cuerpos.

La solución no vendrá de la clase política, la misma que está impidiendo que la sociedad se manifieste en su legítimo derecho y ante una situación insoportable, porque si no, ¿quién gana con silenciar a las y los estudiantes? Si son quienes están llevando la vanguardia en contra de la militarización y además exponiéndose a los hostigamientos policiacos que evidentemente no han cesado. El camino de la violencia no puede llevarnos sino a más violencia, ¿por qué es tan difícil entender esto? Por guardar las apariencias el Estado mexicano está enredándose en un conflicto mayúsculo que no podrá soportar y Ciudad Juárez no es ni aspira a ser Colombia.

Los movimientos estudiantiles han generado cambios en el mundo; ahí están los del 68, por ejemplo. La energía juvenil es un elemento importantísimo para dar nuevos bríos a una ciudad que se desmorona de tristeza y desesperación, presa del terrorismo de Estado que ha desatado los demonios de la violencia. Nos estamos matando por una soberana estupidez: para “proteger” de las drogas al pueblo estadounidense a costa de nuestras vidas. De por medio está una riquísima industria que genera miles de millones de dólares en los mercados negros que la hipócrita sociedad conservadora hace posible al prohibir la decisión personal de consumir estimulantes, volteando la cara hacia otro lado e incentivando el castigo como respuesta para protegernos de nosotros mismos.

El Estado claudica en brindar protección a su ciudadanía y ofrece mano dura contra la población desarmada que le exige sensatez; no hay interlocución. Estamos en peligro cuando el Estado y sus instituciones nos dan la espalda y se perfilan a la cerrazón y la intolerancia a la crítica. El miedo a las y los estudiantes es el miedo de quien no tiene la razón y se justifica detrás de las armas para cubrir sus miserias y complicidades. El miedo a las y los estudiantes significa miedo a la verdad, miedo a la libertad y falta de agallas para cumplirle a la sociedad.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

LOS FEDERALES DEBEN PARTIR



El auténtico poder consiste en sentirse a gusto con la falta de poder
Anthony de Mello

El camino hacia el Estado policiaco inicia en Juárez. Por casi cuatro años en Ciudad Juárez el Frente Nacional Contra la Represión, La Otra Campaña, el Comité Universitario de Izquierda, entre otras organizaciones, se han manifestado de una u otra forma para exigir la salida del ejército y la Policía Federal de la ciudad.

Desde entonces el hostigamiento y el asesinato han estado presentes contra la sociedad civil organizada y los movimientos sociales críticos y contrarios a las decisiones gubernamentales que apuntan hacia la extinción del Estado de derecho, como la actual “guerra contra el narco” incentivada por el gobierno federal. El último eslabón de esta cadena hostil es el atentado contra la IX Kaminata contra la muerte donde José Darío Álvarez, estudiante de sociología de la UACJ resulta herido de bala por la espalda dentro del campus universitario del Instituto de Ciencias Biomédicas (ICB) por agentes de la Policía Federal. La caminata terminaría en ICB para dar inicio al Foro Internacional contra la Militarización y la Violencia “Por una cultura diferente”.

En Ciudad Juárez se está librando otra guerra más allá de la oficial contra el narco: se trata de la guerra contra la libertad de expresión, los derechos humanos y las garantías individuales, todas víctimas colaterales de esta situación. La ciudad está apuntalada desde la violación constitucional de tener el ejército en las calles, los excesos de las milicias involucradas (oficiales y clandestinas) la ausencia de un sistema de justicia que propicia la anomia y el peligro latente de terminar iniciando una guerra civil o en vías a un golpe militar.

Muchas de las discusiones de por qué es urgente el regreso a los cuarteles de los militares para mantener el Estado de derecho tienen parangón con las discusiones del por qué también debe mantenerse vigente el Estado laico: por el protagonismo en aumento de dos antiguos actores políticos que en ocasiones han sido enemigos de México: la milicia y el Clero católico. El país viene caminando hacia la derecha desde hace más de 25 años, con el fin del modelo paternalista y hacia una nueva edición del fascismo disfrazado hoy de neoliberalismo, pero ahora más letal, pues combina otras formas de enajenación masiva, probablemente inspiradas en los viejos regímenes autoritarios del siglo XX.

La intolerancia a las minorías, la confusión de ideas, la desinformación y la propaganda son los primeros síntomas seguros de un Estado fascista; el aliento a las denuncias anónimas, la aparición de escuadrones de la muerte, los retenes policiaco-militares, el asesinato de activistas sociales, los atentados a los sectores críticos del gobierno son un segundo eslabón que escala hacia ese Estado; un siguiente escalón puede dirigirse al destierro y los campos de concentración o de seguir las masacres, los exterminios masivos de grupos selectos de la sociedad. Todas las sospechas de cuatro años para acá han sido acertadas: la ciudad se ha descompuesto más a raíz de la militarización de la frontera (lo cual incluye también la militarización de la frontera sur de Estados Unidos).

Los estudiantes están solos. En la ciudad hay mucho malestar y queja, pero son pocos quienes se atreven a protestar. También hay quienes protestan por las protestas y quienes por miedo o por pretexto no participan aunque estén de acuerdo con quienes así lo hacen. Lo verdaderamente triste es el desamparo de las instituciones hacia la sociedad: con la capacidad de convocatoria que tienen las religiones o las universidades, por ejemplo, podría hacerse más, mucho más que lo que estos valientes y jóvenes locos hacen al arriesgar su vida para beneficio de la sociedad toda.

Todavía peor es la escala de conciencia en una sociedad individualista como la juarense. No necesariamente hay solidaridad y a la vez se aprenden nuevas formas de ella. Al igual que el chavo o chava que encuentra en la pandilla su modus vivendi y supervivencia desde la cual se rebela ante una sociedad que se ha olvidado de ellos, el o la joven politizado estará decidiendo entre sus viejos vínculos sociales, así tenga que renunciar a su familia o amigos, para entregarse de lleno a sus ideas políticas, al ejercicio de su conciencia y a formar nuevas sociedades junto a otros con quienes coincida en las ideas.

En Ciudad Juárez se están decidiendo muchas cosas. No pretendemos ser ratas de laboratorio para el experimento social de sufrimiento y destrucción que están perpetrando contra la población enemigos invisibles en una guerra que no nos pertenece. El Estado mexicano ha apostado a la guerra en contra de los intereses del pueblo y consulta previa con el pueblo.


La sucesión política en Chihuahua

(Tomado de Aserto #87, octubre del 2010)

Más vale malo por conocido, que bueno por conocer

Refrán popular mexicano



Chihuahua no está para ceremonias. El principal problema del estado, la violencia, no permite la simulación ni las promesas vacías. La fastuosidad y maquillaje de los informes gubernamentales y los cambios de poderes con invitados VIP no dejan mucho optimismo al chihuahuense de la calle. La desconfianza en las autoridades quizá sea el ánimo que marca la sucesión política en Chihuahua.

Las ilusiones perdidas de una sociedad prácticamente dejada a su suerte en materia de seguridad, marcan el contexto del Chihuahua de hoy: desolación, abandono, destrucción, tristeza, desesperanza. Sin orden, sin progreso, empobrecido y con un miedo mayúsculo, asoma el panorama sombrío de un estado que hasta hace unos años se jactaba de ser una de las economías más pujantes del país. En Chihuahua el tiempo se ha detenido: no se distingue el futuro, el pasado se ve lejano y el presente se vive con angustia.

Las elecciones son el juego de unos cuantos, la democracia no existe. La decadencia de la clase política no le permite ver el fango en el que está metida. Hoy los actores políticos(as) no tienen el perfil para enfrentar los retos que la inmediatez requiere; sólo son personajes con aspiraciones de poder sin el menor sentido de la política. Por otro lado la sociedad chihuahuense reacciona a ratos: ayer Creel y los Le Barón, hoy Asención, mañana quién sabe. Las grandes ciudades de la entidad, principalmente Juárez y Chihuahua, alarman los noticieros y periódicos con sus altos costos de muerte, cada día más sanguinarios, mientras en la Sierra Tarahumara o El Valle de Juárez el silencio de los medios acalla desconocidos encuentros fatales que rara vez salen a la luz (sólo cuando alcanzan a los políticos).

La pugna por el territorio. En la lógica de los partidos todo se somete a lo electoral, por eso son contiendas a morir. Los partidos, como los cárteles, pintan su raya y hacen incómoda o imposible la vida del rival. Tenemos un gobierno federal panista, un gobierno estatal panista y en medio, la sociedad chihuahuense. Programas que no funcionan, emergencias que no se activan, divisiones hacia dentro de los partidos, las inevitables corruptelas a todos los niveles y la mediocridad de quienes asumen algún puesto público, son ingredientes de la tragicomedia mal llamada clase política (en realidad funciona como un estrato social) que además funciona por encargo de quienes pagan sus campañas (empresarios) o fundamentan su moral hipócrita (iglesia católica).

Solamente los editorialistas del régimen y los periódicos vendidos celebran las “buenas obras” o el “futuro brillante” de quien entra y sale de ejercer el poder político estatal, ¡claro! Seguirán cobrando por hacer su trabajo y con eso basta. Pero es inevitable que haya un cambio en la forma de hacer política en el estado. Si el conservadurismo y el pensamiento de derecha no permiten el avance social, el progreso y salir de la ignorancia a la mayoría de las y los chihuahuenses, la propia realidad hará reaccionar a más de uno que todavía cree en Santa Claus.

La izquierda chihuahuense, si es que se le puede llamar así a los distintos y pequeños movimientos existentes no partidistas, simplemente existe para no dejarse llevar por la loca vorágine de la sociedad de las apariencias que promueve el estado de Chihuahua. Del “aquí no pasa nada” al “aquí pasa de todo” hace reaccionar a distintos actores (jóvenes, mujeres, campesinos, estudiantes) tocados de alguna u otra forma por la crisis de más de tres años en el estado. Con o sin izquierda el estado (es decir, la gente) tendrá tarde que temprano una reacción que le haga recuperar la dignidad y decir “hasta aquí”.

Cuando las y los políticos son parte del problema, ¿a quién le toca poner orden, recuperar la paz, redireccionar el rumbo? A la sociedad; pero una sociedad no ciudadanizada (es decir, que no asume su calidad ciudadana) difícilmente lo hará de una forma equilibrada. Ahí está un peligro latente: que el caos genere reacciones violentas de la población, sed de venganza (con justa razón) y pequeños núcleos de poder animados sólo a conveniencia. Las crisis son momentos coyunturales, pero no siempre se está preparado para enfrentarlas.

La “guerra contra el narco” nos ha marcado de por vida. La generación actual tendrá mucho que contar, si sobrevive este genocidio, a sus descendientes. Pero más interesante será cuando esas historias estén diciendo de cómo se movilizó la sociedad para impedir el avance de la violencia y acabar con los malos gobiernos (malos por sanguinarios, mentirosos, mediocres y negligentes). Mientras tanto la retórica la tiene el discurso oficialista ante la falta de valientes (anónimos todavía) que no saben del papel que les tocará jugar en la historia para recuperar Chihuahua.