Todos iguales obedeciendo a un solo jefe, es tiranía.
Todos diferentes colaborando en una causa común, es democracia.
Alejandro Jodorowsky
(Publicado en Aserto, número 86, septiembre del 2010)
Invitado por el Departamento de Estado de Estados Unidos, a través del Consulado de Ciudad Juárez, tuve la oportunidad, junto con otros nueve compañeros y compañeras de viaje de Juárez, Tijuana y Chihuahua, de visitar organizaciones de la sociedad civil, instituciones de gobierno y universidades en tres ciudades (Los Ángeles, Minnesota y Filadelfia) a mediados de agosto.
Además de la oportunidad de conocer cómo funcionan dichos organismos, el propio viaje en sí, fue un acontecimiento sociológico estupendo. Para alguien cuya vida está ligada a la frontera Juárez-El Paso, es imposible que no esté de alguna manera aculturado (asimilado) a la cultura estadounidense, como es mi caso, pues la mayor parte de mi vida la he vivido en Ciudad Juárez. Con esto quiero decir que la influencia de Estados Unidos es inminente y dominante; la admiración por lo norteamericano, al igual que el resto del estado y posiblemente del país, es evidente: ropa, música, tecnología, etcétera, está ahí recordándonoslo. La influencia de la convivencia fronteriza fue un referente para lo que luego encontré.
Una de las cosas que me llamó la atención es el fenómeno de las personas sin hogar (homeless) trotamundos de las grandes ciudades que aumentan en número de acuerdo al tamaño de la urbe. Pero son seres invisibles, nadie los ve, son parte de la escena pero nadie los ve. El contraste entre la opulencia de los grandes edificios, monumentos fálicos de tributo al patriarcado, con estos singulares habitantes es singular; imposible de encajar en esa imagen pública del sueño americano, o tal vez por lo mismo, sumergida en la explicación individualista del cada quien es responsable de su vida, no me culpes por que no la hiciste.
En Estados Unidos no existe la pobreza como la conocemos en México. Sociológicamente la pobreza es uno de los temas más difíciles de abordar, pues tiene varios trasfondos. Estados Unidos nos vende al mundo su imagen de prosperidad, libertad y democracia; pero haber visitado los barrios pobres (ghettos) de negros, asiáticos y latinos me hace inminente recordar dos de las constantes tragedias en la historia estadounidense: la discriminación racial (como bien pueden contar los indígenas norteamericanos) y la ambigüedad migratoria: un país que se hizo y se sigue haciendo de inmigrantes, pero siempre con una política hostil al migrante.
Si, se puede decir que la sociedad estadounidense hace uso de valores democráticos, pero hasta cierto nivel. Al igual que acá, las ONG´s gringas no pueden cubrir el gran rezago en materia social que deja el Estado y batallan para conseguir fondos, atendiendo a una mínima parte de la problemática (pandillas juveniles, desarrollo comunitario, migración, salud, educación, etcétera). También es visible las muestras de civismo, el trato amable, el orden y hasta el interés por otras culturas, en la cotidianidad de las calles y espacios públicos la mayor parte del tiempo (ojo, acá también se sufre de estrés y se vive a madres). Claro que mi papel de invitado de Estado, me dio ciertos privilegios que no gozan las y los compatriotas indocumentados en busca de trabajo o refugio en este país y así el trato.
El famoso aislacionismo estadounidense lo pude constatar en la poca información, interés, ritmo de vida y tipo de trabajo de las personas que conocimos y aún en la gente de la calle. La violencia en el estado y particularmente en Ciudad Juárez es un tema prácticamente desconocido allá; por lo menos cada vez que se mencionaba lo que estamos viviendo había una reacción de sorpresa y horror. Los temas allá son la economía (muy importante considerando su tasa de desocupación laboral cercana al 10%) la migración ilegal (un tema polémico) y luego los temas particulares según la organización: que la trata de blancas, que la delincuencia juvenil, y una muy chata visión del papel de su país en esta “guerra contra el narco” que tenemos en México.
Los pueblos no somos culpables de los gobiernos que tenemos. En general el viaje me deja sentimientos encontrados: admiración y desconfianza son tal vez los dos más recurrentes. Me gustó mucho saber de tantas personas solidarias trabajando por el bien común, por que es la cara amable del imperio. Al igual que en México, la enajenación es parte constante de sus vidas: comprar, comprar, tener, beber, comer, viajar, menos política más Internet y así; ¿realmente somos tan distintos?; ¿qué es lo que envenena nuestras mentes con odio y desprecio? lo único que sé es que nos estamos matando por un negocio de miles de millones construido a la medida de las necesidades innecesarias de una sociedad hedonista y consumista que se pretende sea el modelo mundial a seguir.
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