La siguiente es una crónica basada en la observación de la
actitud de la policía municipal de Ciudad Juárez en un día cualquiera, reflejo
de la realidad cotidiana que enfrentan
las y los juarenses.
El miércoles 5 de septiembre del año en curso, acompañé a
Vicky a un citatorio con un juez de barandilla en la Estación Universidad para
conciliar un conflicto vecinal con la dueña de un perro Akita que tiene asolado
al fraccionamiento cada vez que se le escapa de su casa y ha atacado por igual
a humanos (incluyendo a Vicky y a una niña) perros y gatos (también debe la
vida de mi gatita Blue). La última vez, el jueves pasado, volvió a salirse y
ahora mordió a Hermes, el perro de Vicky. La cerrazón de la vecina y las amenazas
de uno de sus familiares nos hizo llamar a la policía, pero cuando llegaron
(con una hora de retraso) ya los vecinos se habían ido. Por recomendación de
los mismos agentes, fuimos a poner una denuncia civil ante la sinrazón de los
dueños del perro.
La cita fue a las doce del día. Nos estacionamos en la Junta
Municipal de Agua contigua, pues la estación de policía no cuenta con
estacionamiento (¿qué no hay una ley que reglamenta eso?). Como la vez
anterior, cuando se puso la denuncia, el policía de la entrada solamente nos
preguntó el motivo de la visita, bajo esa lógica íbamos a pasar, pero la
policía de guardia en esta ocasión sólo dejó entrar a Vicky, previa entrega de
una identificación y además nos regañó por “desconocer” la entrada principal (la
“entrada” está acordonada con cinta amarilla y para “adivinarla” solamente hay
un estrecho espacio contiguo a una caseta en una banqueta en ruinas).
Por la hora y el calor, crucé la calle hacia la cuadra de
enfrente para alcanzar un poco de sombra mientras esperaba el desenlace del
citatorio, pues además estaba lleno de gente alrededor de la “entrada
principal”. Ya del otro lado tuve la oportunidad de platicar con un hombre
humilde, un anciano al que había confundido con el parquero; me decía que estaba esperando visitar a su nieto de
quince años detenido por una unidad policiaca cuando iba a un mandado;
simplemente se lo llevaron y él no alcanzó a los agentes para abogar por su
nieto. Tenía ahí más de una hora, pues a su nieto lo andaban paseando en la unidad
y hacía apenas poco que lo habían remitido a los separos. Desconsolado, se
quejaba del abuso policiaco. Después de un buen rato, por fin lo dejaron pasar.
Mientras seguía esperando a Vicky, un carro con placas
vencidas se estacionó exactamente en la curva para dar vuelta en la calle donde
se encuentra la estación policiaca, donde se dificulta el tráfico; descendió un
hombre joven con lentes oscuros y actitud prepotente, saludó a unos agentes
cuyas unidades estaban estacionadas en doble fila y entró en la estación; poco
después salió caminando de forma curiosa con las manos en las bolsillos de su
amplio shorts; era evidente que en
uno de sus bolsillos cargaba una pistola, ¿una escuadra, tal vez? Se entretuvo
un poco haciendo no sé qué, con la puerta abierta de su carro hacia la calle y
luego se marchó.
Tiempo después, por la arteria de la curva antes mencionada,
arribó una camioneta negra sin placas y vidrios polarizados; luego dio un giro
de 180 grados para quedar enfrente de la estación; al principio me asusté un
poco, pero rápidamente del lado del copiloto descendió un hombre de pelo casi a
rape con una mochila y se dirigió hacia las oficinas; ninguno de los agentes se
sorprendió, supongo que era un agente que entraba a su turno laboral. Me quedo
con la duda de saber si solamente los policías pueden andar en las calles con
vehículos particulares con placas vencidas o sin ellas.
Después uno de los agentes cuyas camionetas estaban
estacionadas en doble fila se dirigió hacia mí. Muy amablemente me preguntó qué
hacía y me pidió una identificación; al preguntarle el porqué de su
atrevimiento, pues yo no estaba molestando a nadie, me decía que por
“seguridad” policiaca, pues han sufrido atentados y “simplemente” quería estar
seguro de mi presencia ahí (es decir, tenía miedo de que fuera yo un “halcón” o
sicario) “¿y a mí quién me protege de ustedes?”, le pregunté, “no todos los
policías son malos” me contestó, mientras seguía interrogándome (es obvio que
no saben distinguir entre sospechosos y ciudadanos comunes y yo no le inspiraba
confianza) al último le dije que me daba tristeza el comportamiento de la
policía, que sin criterio nos tratan a todos como delincuentes por igual.
Mientras todo esto ocurría (alrededor de unos cincuenta
minutos de mi espera) no dejaban de pasar unidades policiacas con detenidos
levantados de la calle, expuestos al sol y esposados, exhibidos como verdaderos
criminales, ¿también les piden cuota de detenidos a los policías, como lo hacen
con los agentes de tránsito y las infracciones? Finalmente Vicky salió y
afortunadamente la vecina cambió de actitud y se comprometió regalar a su perro
asesino. Ojalá lo cumpla.
Un punto a favor de la policía: una anciana trataba de
cruzar la calle precisamente por donde está la banqueta destruida y un agente
rápidamente se dispuso a ayudarla.
*Hago responsable a Julián Leyzaola de lo que pueda pasarle
a mi familia o a mí, pues el agente que me pidió la identificación leyó
detenidamente mis datos y la desconfianza es mutua.
1 comentario:
Pues por mi parte la desconfianza no solo es mutua jejeje, sino permanente. Cuando veo venir una patrulla o policía hacia mi, me imagino todo menos que será para algo bueno, y no exagero.
La policía...ese gran brazo del poder, que es el poder en si, pero sin cerebro.
Saludos y me llevo tu artículo.
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