miércoles, 3 de noviembre de 2010

La sucesión política en Chihuahua

(Tomado de Aserto #87, octubre del 2010)

Más vale malo por conocido, que bueno por conocer

Refrán popular mexicano



Chihuahua no está para ceremonias. El principal problema del estado, la violencia, no permite la simulación ni las promesas vacías. La fastuosidad y maquillaje de los informes gubernamentales y los cambios de poderes con invitados VIP no dejan mucho optimismo al chihuahuense de la calle. La desconfianza en las autoridades quizá sea el ánimo que marca la sucesión política en Chihuahua.

Las ilusiones perdidas de una sociedad prácticamente dejada a su suerte en materia de seguridad, marcan el contexto del Chihuahua de hoy: desolación, abandono, destrucción, tristeza, desesperanza. Sin orden, sin progreso, empobrecido y con un miedo mayúsculo, asoma el panorama sombrío de un estado que hasta hace unos años se jactaba de ser una de las economías más pujantes del país. En Chihuahua el tiempo se ha detenido: no se distingue el futuro, el pasado se ve lejano y el presente se vive con angustia.

Las elecciones son el juego de unos cuantos, la democracia no existe. La decadencia de la clase política no le permite ver el fango en el que está metida. Hoy los actores políticos(as) no tienen el perfil para enfrentar los retos que la inmediatez requiere; sólo son personajes con aspiraciones de poder sin el menor sentido de la política. Por otro lado la sociedad chihuahuense reacciona a ratos: ayer Creel y los Le Barón, hoy Asención, mañana quién sabe. Las grandes ciudades de la entidad, principalmente Juárez y Chihuahua, alarman los noticieros y periódicos con sus altos costos de muerte, cada día más sanguinarios, mientras en la Sierra Tarahumara o El Valle de Juárez el silencio de los medios acalla desconocidos encuentros fatales que rara vez salen a la luz (sólo cuando alcanzan a los políticos).

La pugna por el territorio. En la lógica de los partidos todo se somete a lo electoral, por eso son contiendas a morir. Los partidos, como los cárteles, pintan su raya y hacen incómoda o imposible la vida del rival. Tenemos un gobierno federal panista, un gobierno estatal panista y en medio, la sociedad chihuahuense. Programas que no funcionan, emergencias que no se activan, divisiones hacia dentro de los partidos, las inevitables corruptelas a todos los niveles y la mediocridad de quienes asumen algún puesto público, son ingredientes de la tragicomedia mal llamada clase política (en realidad funciona como un estrato social) que además funciona por encargo de quienes pagan sus campañas (empresarios) o fundamentan su moral hipócrita (iglesia católica).

Solamente los editorialistas del régimen y los periódicos vendidos celebran las “buenas obras” o el “futuro brillante” de quien entra y sale de ejercer el poder político estatal, ¡claro! Seguirán cobrando por hacer su trabajo y con eso basta. Pero es inevitable que haya un cambio en la forma de hacer política en el estado. Si el conservadurismo y el pensamiento de derecha no permiten el avance social, el progreso y salir de la ignorancia a la mayoría de las y los chihuahuenses, la propia realidad hará reaccionar a más de uno que todavía cree en Santa Claus.

La izquierda chihuahuense, si es que se le puede llamar así a los distintos y pequeños movimientos existentes no partidistas, simplemente existe para no dejarse llevar por la loca vorágine de la sociedad de las apariencias que promueve el estado de Chihuahua. Del “aquí no pasa nada” al “aquí pasa de todo” hace reaccionar a distintos actores (jóvenes, mujeres, campesinos, estudiantes) tocados de alguna u otra forma por la crisis de más de tres años en el estado. Con o sin izquierda el estado (es decir, la gente) tendrá tarde que temprano una reacción que le haga recuperar la dignidad y decir “hasta aquí”.

Cuando las y los políticos son parte del problema, ¿a quién le toca poner orden, recuperar la paz, redireccionar el rumbo? A la sociedad; pero una sociedad no ciudadanizada (es decir, que no asume su calidad ciudadana) difícilmente lo hará de una forma equilibrada. Ahí está un peligro latente: que el caos genere reacciones violentas de la población, sed de venganza (con justa razón) y pequeños núcleos de poder animados sólo a conveniencia. Las crisis son momentos coyunturales, pero no siempre se está preparado para enfrentarlas.

La “guerra contra el narco” nos ha marcado de por vida. La generación actual tendrá mucho que contar, si sobrevive este genocidio, a sus descendientes. Pero más interesante será cuando esas historias estén diciendo de cómo se movilizó la sociedad para impedir el avance de la violencia y acabar con los malos gobiernos (malos por sanguinarios, mentirosos, mediocres y negligentes). Mientras tanto la retórica la tiene el discurso oficialista ante la falta de valientes (anónimos todavía) que no saben del papel que les tocará jugar en la historia para recuperar Chihuahua.

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